Montañas de Xián

En la Guerra. Victoria. En la Paz, Vigilancia. En la Muerte, Sacrificio.

Ferrik salía y entraba del hospital a términos regulares, pero los dolores comenzaron a ser permanentes en él. Le dolían por el día y por la noche, a todas horas, en diferentes intensidades. Había veces en las que le dolía tanto que casi no podía moverse, y otras en las que casi no notaba el daño.

Pero el dolor estaba ahí. No se iba, ni cuando estaba descansando, ni cuando, después de convencer a sus padres, volvió al dojo.

El tiempo que había pasado fuera del dojo le había pasado factura. Había olvidado varios de los movimientos, y su peso había aumentado, a la par que su altura, pero en poco tiempo consiguió que su cuerpo se pusiera en forma. No adelgazó, pero todo el peso extra que tenía se pasó a sus músculos. Además, en aquel tiempo comenzó los entrenamientos con Tamber, la cual, a parte de Artes Marciales también hacía Judo. Era considerada una de las luchadoras más fieras de todo el Dojo. Nadie la quería por enemigo, y solo tenía once años.

Por Ferrik, la gente le tenía como "El Pacificador", pues cuando Tamber se enfadaba, la única manera de hacer que se calmara era hablando con Ferrik. El muchacho era tan o más fuerte que Tamber, pero no se enfadaba con nadie y era el que, aún habiendo vuelto después de mucho tiempo sin estar en la línea de batalla, era el que ayudaba a los cinturones blancos a integrarse. Todos sabían que la pareja eran algo "extraños", porque casi siempre estaban juntos, como si guardaran algo solo para ellos.

El tiempo fue pasando lentamente. Hacer ejercicio le hacía a Ferrik muy bien, y su cuerpo cambió bastante. Se volvió más robusto y fuerte, pero era de los pocos que no querían ir a competiciones. Sin embargo, Tamber se moría de ganas de ir, y siempre que podía le preguntaba al Sensei si podría ir a la siguiente. Por el Sensei no había problema, el problema eran sus padres, pues no tenían suficiente tiempo para llevarles. Así pues, las competiciones pasaban y Tamber no podía participar, y se enfadaba con los que llegaban con medallas, diciéndoles que si ella hubiera estado en la competición les habría ganado de un punto completo. Los que venían se lo tomaban a broma. ¿Cómo una niña de once años podría hacer frente a uno de quince?

Y las noches pasaron con lentitud, y la Pálida Dama se relamía los labios con los dolores de Ferrik. Cada noche le decía que pronto le atacaría por sorpresa.

Y ese día llegó. Poco después de cumplir trece años, Ferrik tuvo uno de los ataques más fuertes hasta la fecha. Los médicos que le atendieron pensaban que no había nada más que hacer. El dolo era tan grande que Ferrik pensaba que, finalmente, la Dama le vencería.

Poco después, Ferrik estaba durmiendo en casa, pero había algo en su mirada. Había un... vacío... que no se podría expresar en palabras. Nadie sabía qué pasaba por la mente del chico, y nadie se atrevía a preguntar. Un día, los padres de Ferrik se marcharon a casa de uno de sus tíos, dejándole al cargo de la casa, y Tamber tardaría en volver pues estaba en casa de una amiga de ella. Ferrik no sabía qué hacer ya, estaba desesperado. Y puede que la desesperación moviera su mano.

El muchacho se levantó lentamente del sillón donde estaba apostado y se dirigió hacia la cocina. Cogió el cuchillo más pequeño que encontró, pues sabía que eran los que más afilados estaban, y se dirigió al baño. Allí, se miró al espejo. Miró la cara de aquel chico de débil corazón y a rebosar de miedo.

-Se acabó el juego... -Le dijo a su reflejo, y vio que el reflejo lloraba. -Se terminó la lucha. Ya estoy arto. Si eso es lo que quieren todos, allí voy. Se acabó lo que se daba... -El reflejo no dejaba de llorar, y Ferrik no sintió el corte en el brazo. -Dentro de poco estaré en el infierno, o donde sea que vaya a ir a parar, pues seguro que él... no me dejará estar allí arriba...

Ferrik no dejaba de ver el reflejo del espejo, y comenzó a escuchar una risa a lo lejos. Él también comenzó a reir.

-Teníais razón, señora... antes o después tenía que irme con usted... -Vio como en el reflejo las lágrimas comenzaban a escasear, y que todo se volvía oscuro. -Pronto estaré allí... ya se me puede llevar...

Ferrik cayó de rodillas con el brazo sangrante en la pica del lavabo. Todo se volvía oscuro y borroso, y la risa comenzaba a estar cada vez más cerca. Cerró los ojos. Pronto acabaría todo. Los dolores desaparecerían.

Pero un grito proveniente de la risa le dijo que algo no andaba bien. La risa se apagó, y la oscuridad comenzó a disiparse. Cuando abrió los ojos, estaba en la cama de Tamber, estirado, con un hombre encima suyo mirándole las pupilas. De fondo escuchaba a Tamber llorar y otra voz que no reconocía. El hombre le dijo que era el padre de la amiga de Tamber, y que ella le había llamado llorando que había encontrado al chico desangrándose en el lavabo.

El hombre era médico, y le había curado como buenamente pudo y le puso vendas en el brazo para que se ocultara la herida.

-Con un poco de suerte, solo te quedará una pequeña cicatriz. Ahora solo me falta avisar a tus padres para...
-¡NO! -El grito de Ferrik fue inmediato, y era más una súplica que un grito. -No hace falta, en serio... ya se lo diremos nosotros... muchas gracias por todo...

El hombre le pasó la mano por los cabellos y se marchó de la habitación, cuando entró como una exalación Tamber para abrazar al chico. Cuando se hubieron marchado, Tamber se apartó, se secó las lágrimas y comenzó a gritarle.

-¡IDIOTA! ¡GRANDÍSIMO IMBÉCIL! ¡¿CÓMO SE TE OCURRE HACER ESO?! ¡NO DEBES HACERLO, NI PENSARLO NUNCA MÁS! ¡¿ME HAS ENTENDIDO?!

Y acto seguido, la niña volvió a abrazar a Ferrik, rompiendo a llorar otra vez, mientras el chico solo pensaba una y otra vez. "¿Qué he estado a punto de hacer...?"

Continuará...

P.D.: Ferrik a día de hoy aún tiene la cicatriz...

1 La gente opina...:

Soberano Gilipollas... No hagas eso nunca más...

Guerrero Gris

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Estudiante de Psicología, escritor en ratos libres, creador de juegos de rol cada tanto, padre de familia, aficionado a los videojuegos, Ásatrù. Bastante por hacer. ¿No?

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