Montañas de Xián

En la Guerra. Victoria. En la Paz, Vigilancia. En la Muerte, Sacrificio.

Desde aquel día, Ferrik se ganó, por así decirlo, un respeto y un odio por parte de sus compañeros. Algunos le daban los buenos días y las buenas tardes, y ni le dirigían la palabra. Otros le daban su apoyo, pues estos también habían sufrido cosas parecidas con los matones, pero no podían saber como se sentía Ferrik.

Poco después de eso, el dojo al que iba cerró por traspaso, y Ferrik y Tamber tuvieron que dejarlo durante un tiempo. En ese corto periódo, Ferrik aumentó de peso, pues ya no hacía ejercicio, y con ello, aumentó los riesgos de que el tiempo se le acortara. Tamber no tenía problemas, pues ella, todo lo que comía, lo quemaba haciendo otras cosas.

Pasó el tiempo. Ferrik se estancó en un peso durante todo ese tiempo, y sabía que era peligroso. Los médicos estaban sorprendidos por el aumento de peso del chico, pero no podían hacer nada.

Y, poco a poco, se acercó el año en el que Ferrik debería, segun los médicos, dejar este mundo.

Cuando cumplió los doce años, el pecho le dolía casi cada día. En un mes tuvo que estar cuatro veces en el hospital por ataques fuertes. Los médicos pensaban que pronto terminaría todo, que la lucha que había tenido Ferrik hasta ese momento llegaría a su fin en pocas semanas, por no decir días, y le mandaron, un día que estaba ingresado y solo, pues Tamber estaba en clase y el resto de su familia trabajando, al cura de la capilla del hospital.

Era un hombre relativamente joven, de unos 30 años como mucho, con ropa oscura y el alzacuellos, y el pelo corto y castaño claro. Tenía una presencia bastante apacible, pero a Ferrik no le pareció tan bueno como lo pintaban.

-Me han dicho que estás muy enfermo. -Dijo el cura.
-Aquí solo estamos los que tenemos un pie en la tumba, señor. -Dijo con frialdad Ferrik.
-No debes pensar así, hijo. -Dijo él, sentándose en un lado de la cama de Ferrik. -Has de pensar que todo tiene un propósito. ¿No te lo enseñaron en la Iglesia?
-Si, señor. Me enseñaron que todos tenemos un camino, pero yo no quiero creerlo. -Contestó Ferrik algo enfadado. -No quiero pensar que Dios solo quiere que viva un tiempo y luego me deje morir como a un perro en la carretera.
-El Señor tiene sus motivos para hacer lo que hace, hijo. -Le dijo a Ferrik.
-Pues si el Señor quiere que muera, lo tendrá muy dificil. No pienso dejarme matar, ni por los médicos ni por Él. -Respondió Ferrik muy enfadado. -Porque. ¿Qué propósito puede tener Dios para que un niño muera? ¿Qué quiere enseñarle, condenándole a muerte desde tan pequeño? Usted que es cura sabrá decírmelo. Dígame. ¿Lo sabe?
-No tengo respuesta para eso, Ferrik. -Dijo él poniéndole una mano en el hombro. -Pero has de tener Fé en Él, porque el Señor nos cuida y nos ve.
-Pues que deje de cuidarme y de mirarme. -Dijo apartando la mano del cura de mala manera. -Si cuidándome voy a vivir menos, que me deje tranquilo. Si mirándome hará que siga teniendo estos dolores, que deje de mirarme. Lo único que quiero es vivir, y si él quiere que muera, me pondré en su contra. No puedo creer en un Dios que quiera matar a sus hijos.
-El Señor te ha dado la vida, hijo. -Respondió algo horrorizado el cura. -Te ha dado todo este tiempo. ¿Y aún así le darás la espalda?
-Dios no me ha curado. -Dijo Ferrik, frío como el hielo. -El Señor Todopoderoso, por lo visto, no tiene tiempo para atender a las súplicas de un niño que, según los médicos, morirá en el próximo año. Si es tan bueno... si es tan poderoso... ¿Por qué diablos no quiere curarme? -Ferrik se calmó un poco y continuó. -Si Dios no quiere ayudarme, me valdré de mí mismo para sobrevivir. No pienso morir, ni porque Él lo diga.

El hombre no sabía si el chico lo decía por despecho o por desesperación, pero Ferrik sí sabía porqué lo decía. A su ver, Dios le había abandonado a su suerte, así que él debería luchar por sí mismo. No pensaba dar su brazo a torcer.

-Sigo pensando que deberías tener fé en Él, Ferrik. -Dijo en un último intento el cura.
-Déjeme tranquilo de una maldita vez. -Fue la contestación de Ferrik. -Las personas como usted no entienden a las personas como yo. Dios no es misericordioso. Dios me ha dejado solo, así que yo continuaré solo, con mis propios medios, con las personas que me quieran ayudar de verdad, no como él, pues parece que a él no le importo mucho, que digamos. -Ferrik, al acabar, se giró hacia el otro lado de la cama. -Y ahora, váyase antes de que le tire la bandeja del desayuno a la cabeza, por favor. No quisiera hacerle daño.

El cura se levantó, desanimado, y se marchó, dejando solo a Ferrik. Este seguía pensando en sus cosas, y ahora, más que nunca, estaba decidido a sobrevivir.

Aquella noche, Ferrik soñó, como tantas otras, con la Pálida Dama, pero esta vez no jugaron a nada, no apostaron la vida del chico, porque él tenía algo que decir.

-No estoy dispuesto a seguir jugando a esto toda la vida, señora. -Dijo sentado en el oscuro suelo. -¿Hasta cuando tendré que jugar con usted?
-Hasta que pierdas, pequeño. -Dijo ella también sentada. -Porque estás enfermo, y tu día se aproxima.
-Le propongo un trato.
-¿Un trato? A ver, cuenta.
-Si vivo hasta cumplir los 18, es decir, si han pasado 10 años desde que enfermé, y no he perdido... Quiero que me deje tranquilo hasta que me llegue mi siguiente hora. -Ferrik sabía bien lo que tenía que decir.
-Es una apuesta arriesgada, pero vivirás con miedo todo ese tiempo. Así que trato echo. De todas maneras, no vivirás mucho más. -Repuso ella con una sonrisa.
-Eso, señora, está por ver.

Y a partir de entonces, Ferrik le pidió a Tamber que le ayudara.

-Ayúdame a volverme fuerte, Tamber. -Le dijo una tarde. -Quiero ser tan fuerte que nadie quiera ponerse en mi contra.
-¿Y porqué no nos apuntamos de nuevo al Dojo? No está lejos, y podríamos ir los dos solos.

Ferrik contempló la idea. No le desagradaba del todo. Si tenía un cuerpo sano, su corazón podría estar sano al menos el tiempo necesario.

Continuará...

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