Esa mañana, Ferrik se levantó después de estar toda la noche en vela desde su despertar. Su madre, al ver al niño, decidió que sería mejor que se quedara en casa, para que descansara, y cuando le dijo a Tamber que se vistiera, la pequeña se abrazó a Ferrik y dijo "No, me quedo con él."
Por mucho que su madre quisiera lo contrario, no conseguiría separar a Tamber del niño. Suspiró, y les dejó solos en la habitación.
Tamber abrazó de nuevo a Ferrik, pero este solo miraba al vacío. No reaccionaba ante nada, y la niña no sabía que hacer. Al final, el niño le pidió a Tamber que le prestara papel y sus acuarelas. "Tengo ganas de pintar", le dijo a la niña.
Durante todo ese día, Ferrik no llegó a pintar nada, y al llegar a la noche, volvieron a dormir. La tormenta de la noche anterior arreciaba de nuevo, y Tamber dormía con Ferrik en la misma cama. Y esa noche, se volvió a presentar ante el niño la mujer de negro.
-Hola, Ferrik. -Le dijo con una sonrisa cuando se encontraron en el páramo negro. -¿Cómo has estado?
-Mal. -Le contestó el niño. -Me siento muy mal. El pecho me duele, la cabeza me da vueltas, y no he hablado con Tamber de nada.
-Eso está bien. -Dijo la Muerte. -Nadie debe saber que estás mal, Ferrik. Menos la pequeña Tamber.
-Pero... ¿Por qué? Yo no quiero estar así...
-Es lo mejor. ¿Jugamos a las cartas? -Dijo ella sacando una baraja.
Durante un tiempo, creo recordar que fue un año aproximadamente, Ferrik continuó siendo una persona silenciosa. Jugaba mucho menos con sus compañeros, y su relación con Tamber se enfrió mucho. Casi todas las tardes se encerraba en su habitación, desde que llegaban del colegio hasta que era la hora de irse al Dojo para entrenar, y nadie sabía qué era lo que hacía allí dentro. Una vez, Tamber intentó entrar, pero la puerta estaba cerrada.
Todo él estaba rodeado de un muro de hielo que impedía que nadie entrara.
Y cada noche, la Pálida Dama, como la llamó Ferrik, venía hasta él para jugar a algo. Las cartas, el parchís, la oca, los dados, el escondite, el pilla-pilla... habían tantos juegos que era dificil seguirlos todos, pero por una extraña razón, Ferrik siempre ganaba en esos juegos. Era el primero en sacarse todas las fichas en los tableros, y el primero en tener las parejas suficientes para ganar en las cartas. Encontraba a la Pálida Dama cuando se escondía, y esta no le encontraba cuando era él quien se ocultaba, y cuando le perseguía en el Pilla-Pilla, Ferrik corría muchísimo, porque cuando le seguía, la Pálida Dama ponía una cara muy extraña, con una sonrisa muy grande y unos ojos que daban miedo. Y siempre que le preguntaba "¿Puedo jugar con Tamber? La echo de menos..." la Pálida Dama le decía que nadie debía saber lo que le pasaba, y que era mejor que no se lo dijera a Tamber.
Pero un día, en el que estaba él solo en la habitación que compartía con Tamber, sacando su único pasatiempo que había tenido en todo ese largo año, y comenzó a hacer uno nuevo, se dio cuenta de que algo malo estaba pasando. Llevaba un año entero sin hablar con la niña, pero no le importaba mucho en ese momento.
Sacó sus cuadros. Cuadros al oleo que había echo él solo con sus aquarelas. Eran cuadros extraños, de tonos oscuros, paisajes que daban miedo, árboles retorcidos que estallaban en llamas... Sin embargo, ese día estubo pintando un paisaje verde oscuro. En medio de ese páramo, había una pira, una hoguera, con una persona atada a ella. Tenía dos alas de ángel y sus cabellos eran cortos y negros. El ángel estaba ardiendo en la hoguera. Ferrik pensó que era el mejor que había echo hasta ese momento, y decidió enseñárselo a Tamber, pero se fijó en el ángel antes de salir.
El ángel tenía la cara de Tamber.
Sorprendido, Ferrik gritó en su habitación, y Tamber llegó hasta él corriendo, y cuando vio al niño, que estaba de rodillas con la mirada perdida, se asustó pensando que le había dado otro ataque. Cuando se le acercó, Ferrik se aferró a la niña y la abrazó, temblando. Ella solo le abrazó, con una sensación de felicidad, añoranza y tristeza en el corazón. Ferrik le habló por primera vez en mucho tiempo.
-Quémalos... -Le decía bajito Ferrik a Tamber. -Quémalos todos, que no quede ninguno de ellos, por favor...
Tamber se apartó un poco del niño, y miró en dirección a los cuadros. Cuando los observó, se volvió a Ferrik y le obligó a mirarle.
-Ferrik, tranquilo. Son solo cuadros. -Pero Ferrik no la miraba, solo veía el vacío en sus ojos. -Mírame, por favor. Solo son unos cuadros feos que no valen la pena. A tí no te daban miedo los cuadros, no te daban miedo los monstruos. Solo te dan miedo las arañas. ¿Por qué ahora te dan miedo estos cuadros? Tú eres muy fuerte, y te atreves con todo, pero llevas mucho tiempo que me das miedo...
El niño la miró por primera vez en mucho tiempo. Tenía el pelo más largo y en una coleta, pero seguía siendo Tamber.
-Tengo miedo. -Dijo al final Ferrik. -Cada noche viene una mujer a mis sueños diciendo que se me va a llevar... ¿Que puedo hacer, Tamber? Me dice que nadie debe saberlo, mucho menos tú. ¿Por qué tengo que estar solo?
-¿Por qué le haces caso a esa desconocida? -Le preguntó Tamber a Ferrik. -¿Acaso crées que dice la verdad?
-No se nada... No se lo que quiero... Solo se que me duele el pecho cada día y que cada noche me encuentro con ella. -El niño temblaba de arriba a abajo. -Estoy solo ahí donde voy... Por eso pensé que debía estar solo... Tamber... tengo mucho miedo...
-No digas tonterías, Ferrik. No luchas solamente tú. ¿No has visto como luchábamos todos nosotros? Tú luchas, pero nosotros también luchamos. -Tamber, con lágrimas, se levantó y agarró los cuadros de Ferrik. -Te lo voy a demostrar. Puedes creerme, no permitiré que te vayas. Ven conmigo.
Tamber agarró con la otra mano a Ferrik y le llevó al patio de su pequeño piso. En esa hora, estaban los dos solos, y no había nada que impidiera que hiciera lo que hiciera, la niña ayudara a Ferrik. Le dejó en el patio un momento, fue a la cocina y agarró una caja de cerillas. Volvió con él y, en medio del patio, prendió fuego a todos los cuadros que había pintado Ferrik y que nadie había visto, ni que vería jamás.
-Recuerda que mucha gente se preocupa por tí, Ferrik. -Le dijo ella abrazándole mientras él miraba como ardían las obras. -Me volveré fuerte, muy fuerte, para que tú me mires y sepas que también tienes otras fuerzas. No luches tú solo. Pide ayuda de vez en cuando. Y habla conmigo siempre, por favor... te echo muchísimo de menos...
Ferrik solo miraba las llamas. El humo subía rápidamente, y de las llamas salía un calor reconfortante. Poco a poco, el niño abrazó a Tamber y comenzó a contarle todo lo que le pasó.
Y, cuado recogieron las cenizas de los cuadros, cuando las tiraron por el inodoro, cuando ambos se sentaron en el sofá y estuvieron abrazados. Cuando pasó todo esto, Ferrik sonrió. Sonrió como no lo había echo desde hace mucho tiempo y, poco a poco, se fue durmiendo. Y esa tarde no soñó con la Pálida Dama. Soñó con fuego, con un prado verde oscuro y con una nube que se alzaba del fuego en el cual solo se escuchaba una risita feliz, y cuando la fogata se apagó, el prado verde oscuro se volvió una playa de un río con aguas cristalinas.
Nadie le molestó esa tarde.
Continuará...
P.D.: Ese fue el día en el que comenzó la lucha.
Gato LowPoly
Hace 4 años
1 La gente opina...:
hola. la verdad otro capitulo que me deja sin palabras aunque no se cual es la ficcion y otra la realidad. simplemente es una historia muy triste y llena de amargura.
(se nota en la escritura) sin embargo es una buena manera de expresar todo pero espero que no intentes transmitir esa amrgura a los demas. ten cuidado a quien se la muestras.
otra cosa es que espero leer el proximo
hasta luego.
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