Montañas de Xián

En la Guerra. Victoria. En la Paz, Vigilancia. En la Muerte, Sacrificio.

Ferrik salía y entraba del hospital a términos regulares, pero los dolores comenzaron a ser permanentes en él. Le dolían por el día y por la noche, a todas horas, en diferentes intensidades. Había veces en las que le dolía tanto que casi no podía moverse, y otras en las que casi no notaba el daño.

Pero el dolor estaba ahí. No se iba, ni cuando estaba descansando, ni cuando, después de convencer a sus padres, volvió al dojo.

El tiempo que había pasado fuera del dojo le había pasado factura. Había olvidado varios de los movimientos, y su peso había aumentado, a la par que su altura, pero en poco tiempo consiguió que su cuerpo se pusiera en forma. No adelgazó, pero todo el peso extra que tenía se pasó a sus músculos. Además, en aquel tiempo comenzó los entrenamientos con Tamber, la cual, a parte de Artes Marciales también hacía Judo. Era considerada una de las luchadoras más fieras de todo el Dojo. Nadie la quería por enemigo, y solo tenía once años.

Por Ferrik, la gente le tenía como "El Pacificador", pues cuando Tamber se enfadaba, la única manera de hacer que se calmara era hablando con Ferrik. El muchacho era tan o más fuerte que Tamber, pero no se enfadaba con nadie y era el que, aún habiendo vuelto después de mucho tiempo sin estar en la línea de batalla, era el que ayudaba a los cinturones blancos a integrarse. Todos sabían que la pareja eran algo "extraños", porque casi siempre estaban juntos, como si guardaran algo solo para ellos.

El tiempo fue pasando lentamente. Hacer ejercicio le hacía a Ferrik muy bien, y su cuerpo cambió bastante. Se volvió más robusto y fuerte, pero era de los pocos que no querían ir a competiciones. Sin embargo, Tamber se moría de ganas de ir, y siempre que podía le preguntaba al Sensei si podría ir a la siguiente. Por el Sensei no había problema, el problema eran sus padres, pues no tenían suficiente tiempo para llevarles. Así pues, las competiciones pasaban y Tamber no podía participar, y se enfadaba con los que llegaban con medallas, diciéndoles que si ella hubiera estado en la competición les habría ganado de un punto completo. Los que venían se lo tomaban a broma. ¿Cómo una niña de once años podría hacer frente a uno de quince?

Y las noches pasaron con lentitud, y la Pálida Dama se relamía los labios con los dolores de Ferrik. Cada noche le decía que pronto le atacaría por sorpresa.

Y ese día llegó. Poco después de cumplir trece años, Ferrik tuvo uno de los ataques más fuertes hasta la fecha. Los médicos que le atendieron pensaban que no había nada más que hacer. El dolo era tan grande que Ferrik pensaba que, finalmente, la Dama le vencería.

Poco después, Ferrik estaba durmiendo en casa, pero había algo en su mirada. Había un... vacío... que no se podría expresar en palabras. Nadie sabía qué pasaba por la mente del chico, y nadie se atrevía a preguntar. Un día, los padres de Ferrik se marcharon a casa de uno de sus tíos, dejándole al cargo de la casa, y Tamber tardaría en volver pues estaba en casa de una amiga de ella. Ferrik no sabía qué hacer ya, estaba desesperado. Y puede que la desesperación moviera su mano.

El muchacho se levantó lentamente del sillón donde estaba apostado y se dirigió hacia la cocina. Cogió el cuchillo más pequeño que encontró, pues sabía que eran los que más afilados estaban, y se dirigió al baño. Allí, se miró al espejo. Miró la cara de aquel chico de débil corazón y a rebosar de miedo.

-Se acabó el juego... -Le dijo a su reflejo, y vio que el reflejo lloraba. -Se terminó la lucha. Ya estoy arto. Si eso es lo que quieren todos, allí voy. Se acabó lo que se daba... -El reflejo no dejaba de llorar, y Ferrik no sintió el corte en el brazo. -Dentro de poco estaré en el infierno, o donde sea que vaya a ir a parar, pues seguro que él... no me dejará estar allí arriba...

Ferrik no dejaba de ver el reflejo del espejo, y comenzó a escuchar una risa a lo lejos. Él también comenzó a reir.

-Teníais razón, señora... antes o después tenía que irme con usted... -Vio como en el reflejo las lágrimas comenzaban a escasear, y que todo se volvía oscuro. -Pronto estaré allí... ya se me puede llevar...

Ferrik cayó de rodillas con el brazo sangrante en la pica del lavabo. Todo se volvía oscuro y borroso, y la risa comenzaba a estar cada vez más cerca. Cerró los ojos. Pronto acabaría todo. Los dolores desaparecerían.

Pero un grito proveniente de la risa le dijo que algo no andaba bien. La risa se apagó, y la oscuridad comenzó a disiparse. Cuando abrió los ojos, estaba en la cama de Tamber, estirado, con un hombre encima suyo mirándole las pupilas. De fondo escuchaba a Tamber llorar y otra voz que no reconocía. El hombre le dijo que era el padre de la amiga de Tamber, y que ella le había llamado llorando que había encontrado al chico desangrándose en el lavabo.

El hombre era médico, y le había curado como buenamente pudo y le puso vendas en el brazo para que se ocultara la herida.

-Con un poco de suerte, solo te quedará una pequeña cicatriz. Ahora solo me falta avisar a tus padres para...
-¡NO! -El grito de Ferrik fue inmediato, y era más una súplica que un grito. -No hace falta, en serio... ya se lo diremos nosotros... muchas gracias por todo...

El hombre le pasó la mano por los cabellos y se marchó de la habitación, cuando entró como una exalación Tamber para abrazar al chico. Cuando se hubieron marchado, Tamber se apartó, se secó las lágrimas y comenzó a gritarle.

-¡IDIOTA! ¡GRANDÍSIMO IMBÉCIL! ¡¿CÓMO SE TE OCURRE HACER ESO?! ¡NO DEBES HACERLO, NI PENSARLO NUNCA MÁS! ¡¿ME HAS ENTENDIDO?!

Y acto seguido, la niña volvió a abrazar a Ferrik, rompiendo a llorar otra vez, mientras el chico solo pensaba una y otra vez. "¿Qué he estado a punto de hacer...?"

Continuará...

P.D.: Ferrik a día de hoy aún tiene la cicatriz...

Desde aquel día, Ferrik se ganó, por así decirlo, un respeto y un odio por parte de sus compañeros. Algunos le daban los buenos días y las buenas tardes, y ni le dirigían la palabra. Otros le daban su apoyo, pues estos también habían sufrido cosas parecidas con los matones, pero no podían saber como se sentía Ferrik.

Poco después de eso, el dojo al que iba cerró por traspaso, y Ferrik y Tamber tuvieron que dejarlo durante un tiempo. En ese corto periódo, Ferrik aumentó de peso, pues ya no hacía ejercicio, y con ello, aumentó los riesgos de que el tiempo se le acortara. Tamber no tenía problemas, pues ella, todo lo que comía, lo quemaba haciendo otras cosas.

Pasó el tiempo. Ferrik se estancó en un peso durante todo ese tiempo, y sabía que era peligroso. Los médicos estaban sorprendidos por el aumento de peso del chico, pero no podían hacer nada.

Y, poco a poco, se acercó el año en el que Ferrik debería, segun los médicos, dejar este mundo.

Cuando cumplió los doce años, el pecho le dolía casi cada día. En un mes tuvo que estar cuatro veces en el hospital por ataques fuertes. Los médicos pensaban que pronto terminaría todo, que la lucha que había tenido Ferrik hasta ese momento llegaría a su fin en pocas semanas, por no decir días, y le mandaron, un día que estaba ingresado y solo, pues Tamber estaba en clase y el resto de su familia trabajando, al cura de la capilla del hospital.

Era un hombre relativamente joven, de unos 30 años como mucho, con ropa oscura y el alzacuellos, y el pelo corto y castaño claro. Tenía una presencia bastante apacible, pero a Ferrik no le pareció tan bueno como lo pintaban.

-Me han dicho que estás muy enfermo. -Dijo el cura.
-Aquí solo estamos los que tenemos un pie en la tumba, señor. -Dijo con frialdad Ferrik.
-No debes pensar así, hijo. -Dijo él, sentándose en un lado de la cama de Ferrik. -Has de pensar que todo tiene un propósito. ¿No te lo enseñaron en la Iglesia?
-Si, señor. Me enseñaron que todos tenemos un camino, pero yo no quiero creerlo. -Contestó Ferrik algo enfadado. -No quiero pensar que Dios solo quiere que viva un tiempo y luego me deje morir como a un perro en la carretera.
-El Señor tiene sus motivos para hacer lo que hace, hijo. -Le dijo a Ferrik.
-Pues si el Señor quiere que muera, lo tendrá muy dificil. No pienso dejarme matar, ni por los médicos ni por Él. -Respondió Ferrik muy enfadado. -Porque. ¿Qué propósito puede tener Dios para que un niño muera? ¿Qué quiere enseñarle, condenándole a muerte desde tan pequeño? Usted que es cura sabrá decírmelo. Dígame. ¿Lo sabe?
-No tengo respuesta para eso, Ferrik. -Dijo él poniéndole una mano en el hombro. -Pero has de tener Fé en Él, porque el Señor nos cuida y nos ve.
-Pues que deje de cuidarme y de mirarme. -Dijo apartando la mano del cura de mala manera. -Si cuidándome voy a vivir menos, que me deje tranquilo. Si mirándome hará que siga teniendo estos dolores, que deje de mirarme. Lo único que quiero es vivir, y si él quiere que muera, me pondré en su contra. No puedo creer en un Dios que quiera matar a sus hijos.
-El Señor te ha dado la vida, hijo. -Respondió algo horrorizado el cura. -Te ha dado todo este tiempo. ¿Y aún así le darás la espalda?
-Dios no me ha curado. -Dijo Ferrik, frío como el hielo. -El Señor Todopoderoso, por lo visto, no tiene tiempo para atender a las súplicas de un niño que, según los médicos, morirá en el próximo año. Si es tan bueno... si es tan poderoso... ¿Por qué diablos no quiere curarme? -Ferrik se calmó un poco y continuó. -Si Dios no quiere ayudarme, me valdré de mí mismo para sobrevivir. No pienso morir, ni porque Él lo diga.

El hombre no sabía si el chico lo decía por despecho o por desesperación, pero Ferrik sí sabía porqué lo decía. A su ver, Dios le había abandonado a su suerte, así que él debería luchar por sí mismo. No pensaba dar su brazo a torcer.

-Sigo pensando que deberías tener fé en Él, Ferrik. -Dijo en un último intento el cura.
-Déjeme tranquilo de una maldita vez. -Fue la contestación de Ferrik. -Las personas como usted no entienden a las personas como yo. Dios no es misericordioso. Dios me ha dejado solo, así que yo continuaré solo, con mis propios medios, con las personas que me quieran ayudar de verdad, no como él, pues parece que a él no le importo mucho, que digamos. -Ferrik, al acabar, se giró hacia el otro lado de la cama. -Y ahora, váyase antes de que le tire la bandeja del desayuno a la cabeza, por favor. No quisiera hacerle daño.

El cura se levantó, desanimado, y se marchó, dejando solo a Ferrik. Este seguía pensando en sus cosas, y ahora, más que nunca, estaba decidido a sobrevivir.

Aquella noche, Ferrik soñó, como tantas otras, con la Pálida Dama, pero esta vez no jugaron a nada, no apostaron la vida del chico, porque él tenía algo que decir.

-No estoy dispuesto a seguir jugando a esto toda la vida, señora. -Dijo sentado en el oscuro suelo. -¿Hasta cuando tendré que jugar con usted?
-Hasta que pierdas, pequeño. -Dijo ella también sentada. -Porque estás enfermo, y tu día se aproxima.
-Le propongo un trato.
-¿Un trato? A ver, cuenta.
-Si vivo hasta cumplir los 18, es decir, si han pasado 10 años desde que enfermé, y no he perdido... Quiero que me deje tranquilo hasta que me llegue mi siguiente hora. -Ferrik sabía bien lo que tenía que decir.
-Es una apuesta arriesgada, pero vivirás con miedo todo ese tiempo. Así que trato echo. De todas maneras, no vivirás mucho más. -Repuso ella con una sonrisa.
-Eso, señora, está por ver.

Y a partir de entonces, Ferrik le pidió a Tamber que le ayudara.

-Ayúdame a volverme fuerte, Tamber. -Le dijo una tarde. -Quiero ser tan fuerte que nadie quiera ponerse en mi contra.
-¿Y porqué no nos apuntamos de nuevo al Dojo? No está lejos, y podríamos ir los dos solos.

Ferrik contempló la idea. No le desagradaba del todo. Si tenía un cuerpo sano, su corazón podría estar sano al menos el tiempo necesario.

Continuará...

Desde la quemada de los cuadros, Ferrik cambió casi radicalmente. Comenzó a jugar como lo hacía antes, entrenaba con muchas ganas en el dojo y se divertía mucho más con Tamber. En el colegio, sus profesores estaban encantados. Parecía una persona distinta, mucho más mayor que antes. Hablaba de una manera demasiado culta para su edad, y tenía una educación que bien podrían pensar los demás que tuviera más edad.

Las visitas al hospital se volvieron frecuentes. Cada dos semanas tenía que estar allí para hacerse pruebas nuevas, para saber si estaba peor o mejor, y los médicos estaban contentos con la forma de ser de Ferrik. Llegaba, se dejaba hacer las pruebas y se marchaba sonriente y educadamente, acompañado de su madre unas veces y de Tamber otras.

Pasó el tiempo, y de las dos semanas se volvieron al mes. Cada mes hacían pruebas, y poco a poco el tiempo fue pasando. Ferrik tenía diez años. Los dolores eran escasos, poco a poco iba olvidándose de ellos. Lo que no podía olvidar eran las noches.

Cada noche, al esconderse el sol, Ferrik comenzaba a temer el momento en que le decían "A la cama". Ferrik y Tamber dormían en la misma habitación, sin embargo no podía ayudarle en el Páramo Oscuro. La Pálida Dama ya no le trataba con tanta diligencia. Ahora comenzaban a jugar a videojuegos también, juntando el ajedrez. Se notaba que el ente tenía algo de nerviosismo, pero no decía nada.

El chico era una persona que se llevaba bien con todos. Tenía un pequeño grupo de compañeros con los que hablaba casi siempre, y jugaban todos juntos.

Sin embargo, todo eso cambió una tarde.

Esa tarde, Ferrik terminó las clases, y se dirigió hacia las escaleras con una amiga suya. Cuando llegaron al primer escalón, preparados para bajar, ella se tropezó... ¿O puede que la empujaran? Realmente, nadie supo exactamente como fue. Lo que si se supo, es que Ferrik estaba al lado de ella, y que ella cayó por las escaleras, rompiéndose algunos huesos. Muchas personas fueron corriendo para ver como estaba la chica, pero otros miraron a Ferrik. El chico fue uno de los primeros en bajar corriendo para ver como estaba su amiga, pero no le dejaron acercársele.

Poco después, llegó una ambulancia y se llevaron a la chica. Lo que Ferrik no podía esperar es que, cuando llegara a la clase, se encontrara con que casi todos los compañeros que tenía le ignoraban completamente. Cuando se sentó, los que estaban a su lado no le dirigieron la palabra, incluso cuando él mismo les preguntaba alguna cosa, ellos ni le miraban.

Claro que habían algunos que le siguieron dando su amistad, como el caso de Lienda. Lienda era el único amigo que realmente llegó a tener Ferrik en esa época. Siempre estaban juntos cuando los demás le dejaban solo.

Finalmente, Ferrik encontró la manera de que no le afectara tanto el silencio de sus ex-amigos. Adoptó una pequeña sonrisa y una indiferencia total, o casi total, a los comentarios de los demás.

Todos los niños culpaban a Ferrik. El niño lo sabía, y Lienda también, aunque le quitaba siempre hierro al asunto. Hasta que llegó un día en el que no se pudo seguir evadiendo las cosas.

Aquel día, Lienda había faltado por ciertos asuntos personales, y Tamber había salido antes que Ferrik de las clases, así que ese día, Ferrik estubo solo durante todo el día. Cuando salió del recinto escolar, se le acercaron cinco de los ex-amigos que tenía, y le dijeron:

-Tú estás loco. ¿Como se te ocurre tirarla por las escaleras?
-Yo no la tiré. -Contestó seriamente Ferrik. -No se que pasó, pero yo nunca haría eso.
-No seas mentiroso. Un moribundo siempre es un mentiroso.
-¿Moribundo...? -Ferrik estaba bastante pálido.
-Si, nos enteramos de que te estás muriendo. ¿Es cierto? Porque sería una suerte, porque así no tendríamos que hacerlo nosotros ahora que te daremos una paliza.

Dicho esto, uno de ellos le golpeó en la cara con el puño y lo tiró al suelo, y cuando se le acercaron, Ferrik escuchó a lo lejos una voz.

-Te quitarán el poco tiempo que tienes... ¿Que vas a hacer?

Después, escuchó una risita.

Ferrik se levantó de un salto y miró a los que se le acercaban.

-No lo permitiré... no me lo quitaréis... Yo no fui...
-Cállate, loco. Vamos a darle una paliza, va. -Dijo el que era el cabecilla.

Una hora más tarde, Ferrik seguía enfadado, iracundo con aquellos que le habían acusado injustamente y le habían querido golpear. Le golpearon, sí, pero después descubrieron como las gasta alguien que lucha por su vida. El chico estaba con el labio partido, un ojo morado y muchas contusiones por todo el cuerpo, pero cuando se marchó cojeando del parque que había al lado del colegio allí dejó a los otros cinco, los cuales tampoco salieron indemnes, pues ellos se marchaban también, algunos cojeando, otros agarrados entre ellos para no caerse.

Llegó a su casa y Tamber estaba sola en casa, y le preguntó que qué había pasado. Ferrik se lo contó todo, incluso que se había enfadado con esos chicos, y que había sido mucho más fuerte que un enfado normal.

-No quiero volver a enfadarm así... -Decía Ferrik sentado mientras Tamber le curaba como podía el ojo. -Me da miedo, no pude controlarme.
-Tranquilo, Ferrik. Como nos encontremos con ellos seré yo quien les de una paliza.
-Lo siento, Tamber.
-No te disculpes, burro. -Tamber sonrió y dejó la pomada que había usado en Ferrik. -Ala, ya está. No pienses más y vamos a jugar un rato antes de ir al dojo. ¿O quieres que no vayamos hoy?

Ferrik sonrió y no quiso ir ese día a entrenar. Se quedó en casa con Tamber, jugando con ella, algo preocupado.

Continuará...

P.D.: La Ira no se ha ido aún...

Esa mañana, Ferrik se levantó después de estar toda la noche en vela desde su despertar. Su madre, al ver al niño, decidió que sería mejor que se quedara en casa, para que descansara, y cuando le dijo a Tamber que se vistiera, la pequeña se abrazó a Ferrik y dijo "No, me quedo con él."

Por mucho que su madre quisiera lo contrario, no conseguiría separar a Tamber del niño. Suspiró, y les dejó solos en la habitación.

Tamber abrazó de nuevo a Ferrik, pero este solo miraba al vacío. No reaccionaba ante nada, y la niña no sabía que hacer. Al final, el niño le pidió a Tamber que le prestara papel y sus acuarelas. "Tengo ganas de pintar", le dijo a la niña.

Durante todo ese día, Ferrik no llegó a pintar nada, y al llegar a la noche, volvieron a dormir. La tormenta de la noche anterior arreciaba de nuevo, y Tamber dormía con Ferrik en la misma cama. Y esa noche, se volvió a presentar ante el niño la mujer de negro.

-Hola, Ferrik. -Le dijo con una sonrisa cuando se encontraron en el páramo negro. -¿Cómo has estado?
-Mal. -Le contestó el niño. -Me siento muy mal. El pecho me duele, la cabeza me da vueltas, y no he hablado con Tamber de nada.
-Eso está bien. -Dijo la Muerte. -Nadie debe saber que estás mal, Ferrik. Menos la pequeña Tamber.
-Pero... ¿Por qué? Yo no quiero estar así...
-Es lo mejor. ¿Jugamos a las cartas? -Dijo ella sacando una baraja.

Durante un tiempo, creo recordar que fue un año aproximadamente, Ferrik continuó siendo una persona silenciosa. Jugaba mucho menos con sus compañeros, y su relación con Tamber se enfrió mucho. Casi todas las tardes se encerraba en su habitación, desde que llegaban del colegio hasta que era la hora de irse al Dojo para entrenar, y nadie sabía qué era lo que hacía allí dentro. Una vez, Tamber intentó entrar, pero la puerta estaba cerrada.

Todo él estaba rodeado de un muro de hielo que impedía que nadie entrara.

Y cada noche, la Pálida Dama, como la llamó Ferrik, venía hasta él para jugar a algo. Las cartas, el parchís, la oca, los dados, el escondite, el pilla-pilla... habían tantos juegos que era dificil seguirlos todos, pero por una extraña razón, Ferrik siempre ganaba en esos juegos. Era el primero en sacarse todas las fichas en los tableros, y el primero en tener las parejas suficientes para ganar en las cartas. Encontraba a la Pálida Dama cuando se escondía, y esta no le encontraba cuando era él quien se ocultaba, y cuando le perseguía en el Pilla-Pilla, Ferrik corría muchísimo, porque cuando le seguía, la Pálida Dama ponía una cara muy extraña, con una sonrisa muy grande y unos ojos que daban miedo. Y siempre que le preguntaba "¿Puedo jugar con Tamber? La echo de menos..." la Pálida Dama le decía que nadie debía saber lo que le pasaba, y que era mejor que no se lo dijera a Tamber.

Pero un día, en el que estaba él solo en la habitación que compartía con Tamber, sacando su único pasatiempo que había tenido en todo ese largo año, y comenzó a hacer uno nuevo, se dio cuenta de que algo malo estaba pasando. Llevaba un año entero sin hablar con la niña, pero no le importaba mucho en ese momento.

Sacó sus cuadros. Cuadros al oleo que había echo él solo con sus aquarelas. Eran cuadros extraños, de tonos oscuros, paisajes que daban miedo, árboles retorcidos que estallaban en llamas... Sin embargo, ese día estubo pintando un paisaje verde oscuro. En medio de ese páramo, había una pira, una hoguera, con una persona atada a ella. Tenía dos alas de ángel y sus cabellos eran cortos y negros. El ángel estaba ardiendo en la hoguera. Ferrik pensó que era el mejor que había echo hasta ese momento, y decidió enseñárselo a Tamber, pero se fijó en el ángel antes de salir.

El ángel tenía la cara de Tamber.

Sorprendido, Ferrik gritó en su habitación, y Tamber llegó hasta él corriendo, y cuando vio al niño, que estaba de rodillas con la mirada perdida, se asustó pensando que le había dado otro ataque. Cuando se le acercó, Ferrik se aferró a la niña y la abrazó, temblando. Ella solo le abrazó, con una sensación de felicidad, añoranza y tristeza en el corazón. Ferrik le habló por primera vez en mucho tiempo.

-Quémalos... -Le decía bajito Ferrik a Tamber. -Quémalos todos, que no quede ninguno de ellos, por favor...

Tamber se apartó un poco del niño, y miró en dirección a los cuadros. Cuando los observó, se volvió a Ferrik y le obligó a mirarle.

-Ferrik, tranquilo. Son solo cuadros. -Pero Ferrik no la miraba, solo veía el vacío en sus ojos. -Mírame, por favor. Solo son unos cuadros feos que no valen la pena. A tí no te daban miedo los cuadros, no te daban miedo los monstruos. Solo te dan miedo las arañas. ¿Por qué ahora te dan miedo estos cuadros? Tú eres muy fuerte, y te atreves con todo, pero llevas mucho tiempo que me das miedo...

El niño la miró por primera vez en mucho tiempo. Tenía el pelo más largo y en una coleta, pero seguía siendo Tamber.

-Tengo miedo. -Dijo al final Ferrik. -Cada noche viene una mujer a mis sueños diciendo que se me va a llevar... ¿Que puedo hacer, Tamber? Me dice que nadie debe saberlo, mucho menos tú. ¿Por qué tengo que estar solo?
-¿Por qué le haces caso a esa desconocida? -Le preguntó Tamber a Ferrik. -¿Acaso crées que dice la verdad?
-No se nada... No se lo que quiero... Solo se que me duele el pecho cada día y que cada noche me encuentro con ella. -El niño temblaba de arriba a abajo. -Estoy solo ahí donde voy... Por eso pensé que debía estar solo... Tamber... tengo mucho miedo...
-No digas tonterías, Ferrik. No luchas solamente tú. ¿No has visto como luchábamos todos nosotros? Tú luchas, pero nosotros también luchamos. -Tamber, con lágrimas, se levantó y agarró los cuadros de Ferrik. -Te lo voy a demostrar. Puedes creerme, no permitiré que te vayas. Ven conmigo.

Tamber agarró con la otra mano a Ferrik y le llevó al patio de su pequeño piso. En esa hora, estaban los dos solos, y no había nada que impidiera que hiciera lo que hiciera, la niña ayudara a Ferrik. Le dejó en el patio un momento, fue a la cocina y agarró una caja de cerillas. Volvió con él y, en medio del patio, prendió fuego a todos los cuadros que había pintado Ferrik y que nadie había visto, ni que vería jamás.

-Recuerda que mucha gente se preocupa por tí, Ferrik. -Le dijo ella abrazándole mientras él miraba como ardían las obras. -Me volveré fuerte, muy fuerte, para que tú me mires y sepas que también tienes otras fuerzas. No luches tú solo. Pide ayuda de vez en cuando. Y habla conmigo siempre, por favor... te echo muchísimo de menos...

Ferrik solo miraba las llamas. El humo subía rápidamente, y de las llamas salía un calor reconfortante. Poco a poco, el niño abrazó a Tamber y comenzó a contarle todo lo que le pasó.

Y, cuado recogieron las cenizas de los cuadros, cuando las tiraron por el inodoro, cuando ambos se sentaron en el sofá y estuvieron abrazados. Cuando pasó todo esto, Ferrik sonrió. Sonrió como no lo había echo desde hace mucho tiempo y, poco a poco, se fue durmiendo. Y esa tarde no soñó con la Pálida Dama. Soñó con fuego, con un prado verde oscuro y con una nube que se alzaba del fuego en el cual solo se escuchaba una risita feliz, y cuando la fogata se apagó, el prado verde oscuro se volvió una playa de un río con aguas cristalinas.

Nadie le molestó esa tarde.

Continuará...

P.D.: Ese fue el día en el que comenzó la lucha.

Todo comenzó un día de otoño. Era un otoño largo y pronto llegaría el invierno, con sus nieves y sus lluvias. Y su frío. Pero hasta ese momento quedaban varios días.

Ferrik solo pensaba en que pronto llegaría el día en que terminaran las clases, y que una vez más, llegaría sonriente ante su familia y cantaría la canción que les hacían aprender en el colegio delante de su familia. Ese día salió del colegio y se encontró con Tamber en el patio de la escuela, y ambos salieron tranquilamente en dirección a su madre, que les estaba esperando.

Era un día como cualquier otro. Se levantaban, se aseaban, se vestían y marchaban con su madre al colegio. Estudiaban por separado en sus respectivas clases y, a la hora del patio, jugaban como cualquier otro niño. A la hora de salir, marchaban a casa y jugaban o hacían sus tareas. Ese era el día a día de Ferrik y de Tamber. Sin embargo, ese día cambiaría todo.

Cuando salieron, Ferrik le contó a Tamber que le dolía mucho el pecho. La niña le dijo que sería a causa del resfriado que había tenido pocos días antes, pero cuando casi estaban con su madre, Ferrik no dejó de quejarse. "Me duele mucho" decía el pequeño. Sin embargo, la madre no le dio más importancia de la que se le da a un resfriado mal curado. Los tres se marcharon para casa, pero antes de llegar, Ferrik dijo "Me duele..." y, en medio del asfalto, el niño cayó al suelo, retorciéndose de dolor y agarrándose el pecho.

La madre de Ferrik pidió ayuda, y en poco tiempo llegó hasta ellos una ambulancia, en la cual entró Ferrik en una camilla, mas no muy tranquilo, pues seguía gritando y apretándose el pecho, y su madre. Tamber quedó al cuidado de unos amigos de ella, pero no estaba en mejor estado. Nerviosa, surodosa y con grandes temblores, no paraba de pedirle a la madre de su amiga que le llevara al hospital a donde llevaban a Ferrik. "Decía que le dolía mucho y yo no le di importancia..." decía Tamber.

Mientras, Ferrik llegó al hospital desmayado por el dolor. Cuando despertó, estaba en una sala blanca, con una pequeña bata blanca en vez de su camiseta de los Power Ranger y sus pantalones de deporte, y estaba estirado en una cama igual a la que usó cuando se le infectó el tobillo cuando tenía cinco años, o eso piensa él. Le dolía el pecho y el brazo, y se miró en esa dirección. Tenía una aguja clabada en ella, y esta estaba unida a un tubo, el cual iba hasta un gotero con un líquido extraño incoloro. Pero lo que más le dolía era el pecho, pero ya no tanto como para gritar. Miró para ver donde estaba. La habitación era pequeña, para dos camas sólamente, y estaba solo. La puerta estaba medio abierta y ahí vio a su madre, que estaba hablando con un médico. Cuando la llamó, la madre entró y le abrazó, y el médico entró con ella. Al cabo de un rato, Ferrik y el doctor se quedaron a solas, y este le comenzó a hablar.

-Ferrik, pequeño... tengo que decirte lo que pasa. -Le dijo como si Ferrik fuera un adulto. -Estas enfermo, hijo. Estás muy enfermo.
-Pero hace poco yo pasé la gripe, puede que esté malo de eso. ¿No? -Preguntó Ferrik.
-No, Ferrik... Lo que tu tienes es algo mucho peor. Has dormido mucho tiempo. ¿Sabes? Son más de las seis de la tarde.

Ferrik solo pensó "Me he perdido el capítulo de los Power Rangers y el de los Caballeros del Zodiaco, y encima hoy que luchaban contra Piscis..."

-Bueno, deme una pastilla y me cura. -Dijo el niño, ahora con ganas de irse a su casa.
-No es tan sencillo, Ferrik. -Le contestó el médico, y en ese momento entró otra persona, una señora "médica". Ambos se pusieron a hablar y el médico se volvió a Ferrik, presentándola, y continuando la charla. -Verás... Sabes como respiramos. ¿Verdad?
-Si, por los pulmones.
-Y sabes como es que vivimos. ¿Verdad?
-También, por el corazón. Salía en el cuerpo humano. No puedes vivir sin corazón. -Dijo orgulloso el niño de lo que había aprendido cuando era mucho más pequeño.
-Pues... verás, Ferrik. Tus pulmones y tu corazón no funcionan bien. -Le dijo el doctor.
-Tienes una enfermedad que hace que funcionen mal. -Secundó la doctora. -Por eso te dolió tanto el pecho cuando ibas por la calle.
-Pero... si el corazón no funciona, no funciona nada. -Les dijo a los doctores Ferrik, ahora con miedo. -¿Me pondré bueno?
-Ferrik... Tu corazón no se pondrá bueno. -Explicó la doctora. -Es más... tu corazón irá funcionando peor mientras pase el tiempo.

En ese momento, por la puerta entró Tamber, corriendo y llorando, en dirección a Ferrik, y le abrazó. Después de cientas de preguntas de si se encontraba bien, Ferrik y Tamber escucharon lo que les dijo el doctor.

-Ferrik... Estás muy enfermito. -Dijo con mala cara el doctor. -Tu corazón... está muy malo... y tus pulmones no le pueden ayudar... Con suerte... vivirás cinco años más.
-¿Me... voy a morir? -Preguntó casi sin voz el niño.
-... Si, Ferrik... no vivirás para cumplir los quince años... -Le dijo la médica, y ambos doctores se marcharon.

Los dos niños se quedaron en silencio, y Tamber abrazó a Ferrik. En sus brazos, el niño comenzó a pensar. "Me voy a morir... Me voy a morir y aquí no hay bolas de dragón para resucitarme... Me moriré..." y, abrazando a la pequeña, comenzó a llorar, silenciosamente, mientras Tamber también lo hacía sin que él la viera.

Al cabo de un rato, la madre de Ferrik entró, con los ojos rojos, y comenzó a vestir al niño. "Iremos a casa -Le dijo. -Así podremos ver Bola de Dragón. ¿Vale?" Pero Ferrik ya no lloraba, ni Tamber tampoco. En la cara del niño solo había una expresión de vacío sin precedentes.

"Voy a morir. -Seguía pensando. -Pronto me iré al cielo... no viviré más de cinco años... no llegaré a cinturón negro... no podré saber como acaba Fly... por no tener, no tendré ni novia...".

Ese día, Tamber y Ferrik estuvieron toda la noche durante la cena en silencio. El padre de Ferrik le intentó animar, pues él tenía esperanzas, pero se notaba que no estaba del todo seguro.

Esa noche fue la primera de una larga historia. A las once de la noche se apagaron las luces del cuarto de Ferrik y de Tamber, y los dos se pusieron a dormir.

Ferrik despertó en un lugar que no conocía. El suelo era de color negro, y el cielo era también negro. Parecía que estuviera en el espacio, solo que ahí no habían estrellas como las que salían en los libros. Comenzó a caminar por ese lugar, hasta que, a lo lejos, pudo ver a una niña con un abrigo de color negro sentada en el suelo. Se fue corriendo a verla, y cuando llegó, resultó que no era una niña, si no una chica mayor que él. Era una chica muy guapa, de largos cabellos negros, unos ojos negros muy bonitos y una piel muy blanca. Se levantó, miró a Ferrik y le dijo.

-Así que tú eres Ferrik... Eres un niño mucho más mono de lo que creía. -Le dijo sonriendole la chica.
-¿Cómo es que sabes como me llamo? -Preguntó Ferrik.
-Porque, de allí donde vengo, todos sabemos como se llaman todos, Ferrik. -Dijo la chica. -Todos los que vivimos allí sabemos como se llaman todos los que están aquí.
-¿Y donde estamos?
-No lo sabe nadie. -Contestó ella. -Solo lo puede saber el que llega primero, y ese eres tú. ¿Tú lo sabes?
-No. ¿Que haces aquí? -Preguntó Ferrik.
-He venido a buscarte, Ferrik. -respondió la chica. -Para que vengas conmigo. ¿Te gustaría venir conmigo, Ferrik?

La chica le tendió la mano, y el niño estubo tentado de agarrársela, pero cuando fue a tocarla, notó que la chica no le sonreía, que tenía cara de pena, y se apartó.

-Mmm... no es que no quiera, pero... ¿Por qué estás tan triste? -Preguntó Ferrik.
-Porque eres muy pequeño, y no me gustaría llevarme a un niño tan pequeño. -Contestó ella.
-Entonces, me quedo. Me quedo donde estoy. ¿Te parece bien?
-A mi sí, pero has de saber que algún día, tendrás que venir conmigo, y si es más pronto que tarde, mejor. -Dijo la chica.
-¿Eres la Muerte? -Dijo de repente el niño.
-¿Cómo lo sabes? -Respondió la chica con asombro.
-Leí en un libro que la Muerte se nos presenta con la forma de una bella mujer, blanca como la nieve. -Contestó el niño. -Por eso supuse que eras la Muerte. ¿Quieres matarme?
-Yo no mato, pequeño. -Dijo ella. -Yo llevo a otros lugares, que muchas veces, son mejores que este. Pero, sí, te mueres allí donde estás viviendo.
-Pues no voy. -Dijo el niño. -Me quedo, me quedo y me quedo. No me voy contigo.
-Pero tendrás que hacerlo al final. -Contestó con una sonrisa la Muerte. -¿Que te parece si hacemos una apuesta?
-¿Que quieres decir?
-Si tu ganas en lo que te digo, yo no te llevaré, pero si te gano yo, te llevaré. ¿Estás de acuerdo? -La mujer, con una sonrisa, miró al niño.
-... Vale. Con tal de no morirme, haré lo que sea. -Dijo el Ferrik.

Y Ferrik despertó. Era de noche aún, y había tormenta. Tamber se había levantado de su cama y estaba durmiendo con él en la suya. No había rastro de la chica.

Continuará...

P.D.: Esta es una historia extraña, solo para mentes que estén preparadas. Gracias por los comentarios que pueda haber, y siento si nadie entiende nada. A parte de esta historia, pondré cosas que hayan ocurrido. Nos vemos.

Guerrero Gris

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Lo que dicen los Sabios

Caer está permitido... ¡Levantarse es obligatorio! - Proverbio ruso.
La crueldad es la fuerza de los cobardes. - Proverbio Árabe.
Todos los hombres estamos hechos del mismo barro, pero no del mismo molde. - Proverbio Mexicano.

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Estudiante de Psicología, escritor en ratos libres, creador de juegos de rol cada tanto, padre de familia, aficionado a los videojuegos, Ásatrù. Bastante por hacer. ¿No?

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