Empezaron a abrir los ojos ante esa oscuridad que les envolvía. El primero que se dio cuenta fue el más alto de ellos, pero de poco les sirvió. Los cuatro estaban apresados por fuertes argollas a la pared. Se miraron. ¿Quienes eran esos que estaban, al igual que ellos, encadenados a la pared de piedra limpia? No se conocían de nada, pero entonces pensaron un momento.
¿Dónde estaban? ¿Quienes eran los que estaban con ellos? ¿Quienes eran ellos?
Forzaron la memoria, pero no recordaron nada. Los tres hombres y la mujer movían las manos encadenadas mientras observaban dónde estaban. El lugar era una pequeña sala con el suelo recubierto de paja sucia, huesos mordisqueados y mierda en general.
-¿Quienes sois? -Preguntó la única chica, la cual tenía el cabello del color del oro.
-No lo sé. Dímelo tú. -Dijo el que tenía a su derecha, un joven con los cabellos rojos como el vino.
-¿Y tú quién eres? -Preguntó el tercero, a la izquierda de Dorada, el cual tenía los cabellos negros como la noche.
-Ni idea. Me desperté ahora mismo y no recuerdo nada. -Contestó el cuarto, al otro lado de Noche, el cual tenía los cabellos del color de la corteza de un tronco.
Los cuatro se miraron a sí mismo. Todos tenían una camisa blanca algo asquerosa y unos pantalones de cuero algo rotos. Por un extraño impulso, sabían que aquella ropa la habían llevado desde hace tiempo y que se solía usar para llevarla debajo de una armadura. Sin embargo, algo les llamó más la atención.
Ese algo estaba colgado de su cuello en una fina cadena dorada. Era un símbolo extraño dorado en una placa de color blanco. Por algún motivo les resultaba a todos muy conocido, pero no podían saber qué era.
-¡¿Hay alguien ahí?! -Gritó Dorada a la inmensa nada de la celda.
Sin embargo, todos se pusieron pálidos al escuchar sonidos que provenían de la única salida que había en la sala. El sonido del crujir de huesos y el de morder la carne.
-¡Callaos! -Dijo alguien desde la salida.
-¡Quién eres! -Gritó de nuevo Dorada.
-¡Haced el favor de callar! -Dijo casi en susurros fuertes el interlocutor.
-¡¿Por qué?! -Preguntó Vino.
-¡Haréis que vengan de nuevo ellos!
-¿Quienes...? -Dorada ya empezaba a estar asustada.
-Los carceleros... -Dijo la voz.
Los cuatro se callaron y escucharon como alguien masticaba a lo lejos.
-¿Quién eres? -Preguntó Vino con cautela.
-Mi nombre es Pedro de Veltrán. -Dijo la voz. -Soy alquimista.
-¿Cómo, archipiélago? -Preguntó Dorada extrañada.
-Si, es un conjunto de islas, no te jode... -Dijo Vino. -¿Sabes quienes somos?
-No, no se quienes sois, aunque supongo que seréis igual que todos. Habréis ido a ver al César y este os habrá traído aquí cuando ya era demasiado tarde dar media vuelta. -Contestó Pedro con tristeza.
-¿César? ¿Quién es ese? -Preguntó Noche.
Unas risas vinieron de parte de Pedro.
-Oye, no te cachondées de nosotros, lo digo en serio. -Molesto, Noche movió algo de nuevo las argollas.
-¿En serio no sabéis quién es? -Preguntó incrédulo Pedro.
-No, tenemos amnesia. ¿Pasa algo? -Dijo Tronco enfadado.
-Bueno... pues el César es el hijo del Diablo, el cual quiere conseguir la Espada de Belcebú para poder dominar el Infierno. -Dijo Pedro rápidamente. -Como si el mundo no fuera demasiado asqueroso...
En ese momento, un grito desgarrador vino desde el lugar de donde provenía la voz de Pedro, seguido de varios sonidos de masticar carne, y acto seguido, de pasos pesados y de algo arrastrándose. Pero lo que vieron les puso la piel de gallina aún más de lo que ya la tenían.
Desde la salida por donde habían hablado con Pedro se podía ver como un enorme ser de alrededor de los 4 metros de altura, recubierto de pelo por todo el cuerpo y con un único ojo en la cara. En su cuello habían muchos collares extraños que a Dorada le hicieron que se le hiciera un nudo en el estómago. Pero lo peor no era lo que llevaba en el cuello, si no en la mano, arrastrándolo. La mano estaba encasquetada en la cabeza de un hombre que, inmediatamente, intuyeron que era el pobre Pedro de Veltrán.
Vino se puso nervioso y comenzó a mover rápidamente las cadenas para soltarse justo en el momento en que el monstruo se marchaba. El resto reaccionó como un resorte.
Ellos podrían ser los próximos.
Sin embargo, un aleteo de pájaro sacó de sus pensamientos a Noche y a Dorada, y las argollas se soltaron por sí solas.
-¿Qué hacemos? -Preguntó Vino.
-Opino que nos larguemos lo antes posible. -Dijo Dorada.
-Estoy de acuerdo. -Corroboró Tronco.
Vino se encogió de hombros y se acercó al arco de la puerta. Miró y vio que estaban en un largo pasillo lleno de puertas, y al fondo se escuchaba como dos seres estaban comiendo algo... o a alguien.
Por detrás también habían más puertas, y decidieron ir primero por allí. En la siguiente sala se encontraron con otras tres personas encadenados a la pared, gimiendo.
-Por favor...
-Ayudadnos...
-¡Shhhh! -Menos Noche, que estaba buscando algo para abrir las argollas, los otros tres taparon las bocas de los maniatados. -Callaos, os sacaremos de aquí, pero no habléis. -Dorada se apartó para dejarle paso a Noche.
El joven de cabellos negros usó un pequeño trozo de hueso roto para poder abrir las argollas. Con el primero y el segundo fue bien la cosa, pero con el tercero comenzó a sudar la gota gorda. Los tres, en sus cuellos, llevaban el mismo collar que ellos.
-Gracias, compañeros... -Dijo el primero de los tres liberados, un hombre de cabellos algo canosos. -Nos habéis salvado.
-¿Quienes sois? -Preguntó Dorada extrañada.
-¿Nos conocéis? -Preguntó Vino al segundo liberado, una muchacha de más o menos su edad.
-No, pero somos todos de la Fraternita. -Dijo ella extrañada y apartándose el pelo rojizo de la cara.
-¿La... Fraternita? -Preguntó Noche mientras seguía hurgando en la cerradura.
-Claro... Esto... -La pelirroja enseñó el colgante. -¿Es que no os acordáis?
-Es que... tenemos amnesia. -Dijo Vino.
Los dos liberados se pusieron a reír un poco, pero al ver las caras serias de los tres, se callaron.
-Deja, que te ayudo. -Dijo Canoso a Noche y ambos liberaron al tercero, un joven de cabellos cenizos.
-Pues... la Fraternita de la Vera Lucis es la parte secreta de la Santa Inquisición. -Dijo Rojiza.
-Bien... ¿Creéis que hayan más prisioneros? -Preguntó Vino.
-No, vosotros fuisteis los últimos en llegar. -Confirmó Rojiza.
-¿Cuanto hace de eso?
-Unos dos días.
-¿Y porqué estábamos aquí? -Dijo Dorada.
-Seguramente como lo que pasó con todos, descubristeis quien era el César demasiado tarde. -dijo ella.
Entonces, un recuerdo asomó a su cabeza. Una gran sala, lujosa y limpia, con una gran mesa en medio. Al otro lado de la mesa había un hombre de ropas caras y cabello rubio, y en la mesa, una gran espada. El resplandor acabó ahí.
Cuando los tres nuevos compañeros se soltaron, dijeron que iban a mirar por el pasillo, pero Vino los detuvo.
-¿Qué eran esas cosas que hemos visto antes?
-¿Los monstruos?
-Si.
-Son Bebrices, sirbientes del diablo. Comen carne humana. -Dijo Rojiza.
-¿Y esos collares? ¿Verdad que son talismanes? -Dijo Dorada.
-¿No que eras amnésica? -Preguntó con una sonrisa Rojiza.
-Recuerdo algunas cosas... ¿Acaso saben usar la magia?
-No, los cogen de sus víctimas y se los ponen.
-¿Cuantos hay? -Preguntó Tronco.
-Dos, un macho y una hembra. -Dijo Canoso.
-Hay que ir con cuidado, están en esa parte del fondo. -Dijo Vino señalando hacia donde se escuchaban los sonidos
Los tres asintieron y se marcharon por la parte contraria del pasillo. Cuando iban a salir Noche y Vino, Dorada les detuvo.
-A ver. ¿Habéis recordado algo vosotros?
-Si, un tío rubio... -Dijo Tronco.
-Con una espada en la mesa. -Acabó Noche.
-Si, yo también. -Corroboró Vino.
-¿Sabéis? Yo creo que, aunque fuéramos de esa Fraternita, fuimos unos esquiroles que vendimos a nuestros compañeros, por eso estamos aquí. -Dijo Dorada.
-No tiene ni pies ni cabeza. -Negó Vino.
-¿Por qué? -Preguntó Dorada dolida.
-Fíjate, si fuéramos unos traidores, no estaríamos aquí muriéndonos de frío, estaríamos arriba rodeados de riquezas y tías para nosotros solos... bueno, en tu caso, tíos. Yo no creo que seamos unos traidores. -El joven pelirrojo miraba con seriedad a la chica. -Yo voto por largarnos lo antes posible con ellos.
-Yo no me acercaré a menos de 5 metros. -Dijo Noche.
-Yo te apoyo. -Contestó Dorada.
-Yo estaré a 10 metros... -Dijo Tronco.
Justo en ese momento, Cenizo entró a buscarlos, diciéndoles que fueran con él. Fueron detrás de él hasta otra entrada, justo delante de donde estaban, y en medio de la gran sala había una gran mesa de madera repleta de armas, armaduras, ropas y demás cosas. Vino se alegró por un momento, y entre las cosas, encontró un peto de cuero que sabía que era suyo, una espada y un escudo. Rojiza y Canoso ya estaban armados hasta los dientes. Dorada y Noche cogieron sendos petos de cuero con espadas y escudos, y Tronco agarró su cota de malla, un peto de cuero, una ballesta, un hacha que se colgó al cinturón junto con un gran garrote, y también un gran hacha de guerra. Noche y Vino pensaron que necesitarían protección, así que también se colocaron unas cotas de mallas, además de que Vino agarró una ballesta también y se la colocó en la espalda.
-Propongo que nos larguemos... -Dijo Dorada.
Todos estuvieron de acuerdo, y cuando fueron a salir, escucharon algo que no les gustó.
El sonido de morder carne se hacía menos audible... Estaban terminando de comer.
Todos se fueron hacia la parte más alejada, donde se veía una gran apertura, y al fondo, una escalera de caracol. Vino se acercó lentamente, con la espada y el escudo, y cuando miró, vio una gran estatua de una bella mujer mirando hacia la escalera de caracol. Cuando dio un paso más, la estatua lo miró.
Y abrió sus inexpresivos ojos.
Y abrió la boca...
Y gritó.
El grito cogió por sorpresa a todos. Vino solo se movió por instinto. Golpeó a la estatua con la espada en la cabeza, pero no hizo nada, solo rayar la cara de mujer de la estatua. Sin embargo, Dorada arrastró hacia atrás a Vino. Se podían escuchar perfectamente pasos provenientes de la parte de arriba de la escalera, y de fondo unos pesados pasos. Dorada recordó algo, un incendio, un pasadizo húmedo, e instintivamente empezó a tocar todas las piedras de la pared. Rojiza, Cenizo y Canoso se giraron hacia los Bebrices, y se marcharon con las espadas en mano, mientras que Tronco y Noche se preparaban también para luchar. Dorada soltó un suspiro cuando empujó una de las piedras, y el pasadizo se descubrió. Noche entró primero, seguido de Tronco, y este de Vino. Cuando Dorada iba a entrar, vio por la escalera como seres mitad hombre y mitad mujer bajaban por la escalera de caracol. La sorpresa no le duró mucho, pues el grito desgarrador de Rojiza la hizo entrar en razón, y empezó a correr.
Los cuatro corrieron por sus vidas hasta llegar a una pequeña sala circular iluminada por una antorcha y con un gran pozo en medio. Se pusieron a buscar desesperados, y Tronco encontró una larga cuerda. Agarraron la antorcha, ataron la cuerda al soporte lo más fuerte posible y se miraron.
-Yo soy la que pesa menos. -Dijo Dorada.
-Bajas tú primero, y luego tú. -Dijo Vino señalando a Noche. Este asintió. -El mastodonte y yo nos quedamos arriba para ver si podemos detener a esos locos.
Tronco le dio a Dorada la antorcha, y esta empezó a bajar. Al llegar casi al agua, se encontró con un saliente en el pozo.
-¡Eh! ¡Aquí hay una salida, voy para adelante! -Y se metió por dentro.
Noche la siguió, pegándole un grito a los de arriba. Vino se deslizó rápidamente por la cuerda y se metió en el agujero como si nada. Tronco se aferró justo cuando escuchaba como los seres entraban, y con una mano se deslizaba mientras que con la otra aguantaba el hacha de guerra. Sin embargo perdió el equilibrio y se soltó, cayendo hasta el agua golpeándose por el camino en varias partes del cuerpo, y al caer al agua, empezó a ahogarse.
¡La cota de malla! ¡Pesaba demasiado!
Rápidamente se quitó de encima la pesada cota de malla mientras se undia en el agua. Cuando consiguió tirarla, se asió como pudo a la cuerda y, justo cuando se impulsó hacia arriba para agarrarse al saliente, la cuerda cayó cortada desde arriba. Tronco se metió para dentro.
Todos iban estirados en el suelo avanzando poco a poco. Dorada se quemó un poco los cabellos por llevar la antorcha, pero no pasó nada del otro mundo. Al poco tiempo, llegaron hasta un gran pasillo que ya les permitía caminar derechos, sin embargo había una gran cantidad de porquería y ratas en el suelo. Avanzaron apartando a los pequeños animales por la luz de la antorcha que llevaba Dorada, y poco tardaron en encontrarse con una bifurcación. La muchacha vio que en el camino de la derecha habían muchas más ratas que en el de la izquierda.
-Por allí escucha algo... -dijo Noche señalando el camino de la izquierda. -Suena como un río.
-Yo voto por ir a donde el agua, es donde menos ratas hay. -Contestó Dorada.
Los otros dos estuvieron de acuerdo y continuaron el camino, el cual comenzaba a bajar más y más. Al llegar abajo se encontraron con un río con mucha agua y un montón de ratas preparadas para atacarlos. Vino agarró la antorcha y se puso a un lado, y los animales se marcharon por la entrada.
-¿Y eso? -Preguntó Dorada.
-Simple. Entre morir seguro en el agua e intentar matar al fuego, intentaban matar el fuego. -Dijo Vino.
En el río se veía amenazador, pero había también una pequeña estructura parecida a un puente de piedras, pero derruido. Sin embargo, se podía pasar por allí.
Tronco, sin embargo, se giró alarmado. Había escuchado algo, pero no era agua, eran pasos.
-Chicos, mejor será que nos vayamos, que vienen a por nosotros. -Dijo el fornido hombre.
Primero pasó por encima de las piedras Dorada a la luz de la antorcha sujeta por Vino. Después fue este el que pasó, con la luz del fuego en su mano. Noche le siguió y Tronco fue tras él. Siguieron el camino lo más rápidamente que pudieron, pero entre que seguía bajando y que se estaba empezando a inundar debían ir más lentos. Cuando el agua les llegaba a la cintura, había una depresión muy pronunciada que hacía que el agua cubriera el túnel por completo. Vino metió la cabeza debajo del agua para ver si era muy largo el pasillo, pero no vio nada. Al sacar la cabeza, se pusieron a pensar.
-Veamos... Los que sabemos nadar mejor deberíamos ir primero para tantear el terreno, es decir, vosotros que sois ahora la fuerza bruta debéis esperar. -Dijo Vino y le pasó la antorcha a Tronco. -Iré primero.
El pelirrojo se metió dentro del agua y empezó a nadar, y a los cinco metros encontró un arco en el pasillo inundado. El arco estaba lleno de aire.
Volvió atrás con los otros tres.
-Creo que cada cinco metros hay una bóveda de aire. Puede que salgamos de aquí si pasamos poco a poco. El último que apague la antorcha.
Tronco asintió pesaroso, y uno por uno se fueron metiendo bajo el agua. Llegaron a la primera bóveda sin problemas. La segunda igual. Pero cuando estaban por la mitad de la tercera, Dorada empezó a quedarse sin aire. El stress de haber salido con vida hasta ahora y los monstruos que había visto, los gritos, las muertes...
Todo le estaba pasando factura. Y lo estaba haciendo ahora, justo cuando estaba bajo el agua.
Pero sintió como algo tiraba de ella. Una mano la empujó hasta la bóveda de aire. Al mirar, vio los cabellos rojos de Vino.
-No te quedes así, aún hemos de salir de aquí. -Dijo él.
El resto del viaje no tuvo ningún problema. Al cabo de unos veinte minutos de hacer todo eso, las bóvedas se hacían cada vez más altas, y al final ya podían ir sin nadar y tocando pie. Cuando salieron al exterior, resultó que estaban en una cueva natural. Noche y Vino sacaron sus armas, y los cuatro comenzaron a caminar.
Al fondo había una mujer anciana con una hoguera.
-Hola, pequeños... -Dijo ella.
Y ellos la conocían... pero no sabían de qué...
Continuará...
Gato LowPoly
Hace 4 años
1 La gente opina...:
Hoho, nada mal, me ha gustado bastante...sobretodo porque tengo tiempo sin ver algo de aquelarre u.u
Un signo nazi al reves, una estatua de lo que creo es Venus, Cesar...vaya que tengo ganas de escuchar lo que sigue >.<
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