Montañas de Xián

En la Guerra. Victoria. En la Paz, Vigilancia. En la Muerte, Sacrificio.

Capítulo III: El blanco destiñe.

Säbel se despidió de Saku y Linkaín en la planta en la que estuvieron con el líder de los Guerreros Grises, en una de las dos puertas que habían en el pasillo. El simple “Adiós” de la guitarrista era realmente frío. Cuando se fue, la muchacha miró a Linkaín.

-Esto… ¿La señorita Säbel está enfadada?
-Ya te dijo ella que no. –Dijo suspirando Linkaín. –Ella es así.

Subieron al ascensor y el hombre picó en la planta dieciséis. En la siguiente planta, la campanita sonó y las puertas se abrieron, dejando entrar a un hombre más bajo que Saku, robusto, con una larga barba con trenzas y una larga cabellera castaña. No llevaba el mismo uniforme que los demás, tan solo unos pantalones cortos y una camisa sin mangas, todo de color gris, dejando ver sus cortas pero musculosas extremidades. En la mano llevaba un grueso martillo plateado el cual acariciaba con el grueso pulgar de su mano derecha.

-Hola Senzo. ¿Qué tal el día? –Preguntó el orador con una sonrisa y dándole una palmada en el hombro al hombre.
-Agotador amigo mío… ¿Te puedes creer que he tenido que lidiar con dos cimitarras que no se aguantaban entre ellas? Son más tontas que mis pelotas…
-¿Por qué? –Preguntó inocentemente Saku.
-Porque se tiran todo el día juntas y no se hablan la una a la otra. –Dijeron al unísono Linkaín y el barbudo entre risas, a lo que Saku entendió la broma y se puso colorada. –Oh, vamos. –Dijo Senzo a la muchacha. –Es una broma. ¿Acaso no te han hecho bromas en el colegio, niñita?
-Yo crecí en un orfanato, señor. –Dijo molesta la monja. –Y todos actuábamos correctamente, sin hacer burdas bromas como esa.
-¡Por Odín! –Senzo se giró a Linkaín. -¿Tan blanca es esta niña?
-Si, Senzo… Pero ahora está con nosotros.
-Le haremos ver la luz de Darg. –Dijo levantando un puño al aire. -¡Por Darg!
-¡Por Darg! –Secundó levantando la mano también y riendo Linkaín mientras se volvía a detener el ascensor. –Nos bajamos aquí hermano.
-Pásate por el taller luego a tomarte una cerveza, me han traído unas cuantas desde Alemania. –Las puertas del elevador se abrieron, mostrando un largo pasillo con paredes gris claro. –Nos pasaremos la noche en vela.
-Eh, que yo tengo que hacer un informe. –Linkaín tomó del hombro a Saku y la empujó hacia fuera.

Saku siguió al castaño mientras el ascensor se cerraba. El largo pasillo gris tenía varios cuadros de lugares que la monja no había visto en su vida. Las puertas eran de madera bastante gastada.

-Señor Linkaín, beber es pecado. –Dijo la monja cuando pasaron la primera hilera de cuadros.
-Entonces los curas son unos pecadores. –Contestó el castaño.
-¡No! ¡Ellos no beben! –La voz de Saku fue demasiado fuerte y resonó en todo el pasillo, Linkaín se giró y se puso el índice delante de los labios pidiendo silencio.
-Saku, estamos en el nivel dieciséis, los dormitorios. ¿Acaso en el orfanato no te enseñaron a respetar el sueño de los demás? –Dijo él serio.

Saku se puso roja como un tomate y se tapó la boca con ambas manos.

-Eso está mejor. –Siguió susurrando Linkaín, y emprendieron de nuevo el camino. –Has de saber que esta planta solo se usa para cambiarse de ropa y para dormir. Aquí duermen la enorme mayoría de los trabajadores de Gryphon, desde los asistentes de los Guerreros Grises hasta los comerciantes de la empresa. Como has comprobado, Gryphon es una empresa que trabaja tanto de día como de noche, así que esta planta ha de permanecer en silencio constantemente a no ser que estés en el cuarto asignado para tu sueño. ¿Ha quedado claro?
-Si… disculpe…

Saku agachó la cabeza ante la reprimenda de Linkaín, pero no lo hizo por vergüenza. El hombre tenía razón, había actuado como una niña y se lo merecía, pero no esperaba que fuera una reprimenda tan… suave.

Continuaron caminando hasta llegar a una de las puertas de madera, en la cual había un picaporte de color gris oscuro. Linkaín abrió sin preguntar siquiera, y Saku lo siguió. Se encontraron con una decoración muy distinta a lo que había visto hasta ahora. Era espaciosa, mucho. El suelo era de parquet, y a los dos lados habían sendas camas ajustadas a la pared, la de la derecha con sábanas de color blanco, y la de la izquierda con sábanas de color gris. El cabecero y a los pies de la cama habían sendas placas de madera barnizada para sujetar los colchones, y además, había en la parte de la almohada una lámpara con un interruptor. En el lado de la cama blanca no había más que un armario y unas estanterías vacías, y al lado del armario, cerca de la puerta de entrada, había un escritorio perfectamente ordenado. En el lado de la cama gris había más o menos lo mismo, solo que habían algunos cuadros colgados, dibujos encima del escritorio, las estanterías llenas de libros, con muchos de ellos sin siquiera un nombre en la solapa. Entre ambas camas había, al fondo, una puerta de madera cerrada.

-Espero que sea de tu agrado, Saku. –Dijo Linkaín mientras dejaba entrar a la monja. –Será mejor que duermas lo que queda de noche y mañana te presentaré a los demás.

Parecía como si la chica no le escuchaba. Estaba embelesada por la habitación, era más de tres veces el tamaño su pequeña celda en el convento, y todo ese lujo… lámparas, armarios, escritorios… En el orfanato solo podía poner su ropa en un arcón.

-¿Me oyes Saku? –Preguntó el hombre, y ella dio un pequeño respingo y se giró con una sonrisa nerviosa.
-Si, perdone… Que descanse señor Linkaín.
-Oh, no me llames señor, me hace sentir viejo. –Respondió él y empezó a cerrar la puerta, pero la volvió a abrir. –Vendré a buscarte seguramente a las once, si es que no hay cambio de planes. Estate preparada para entonces. ¿De acuerdo?

Ella asintió con la cabeza y Linkaín cerró la puerta, dejándola sola. Aquel lugar era cálido, mucho más cálido que las celdas del convento o las habitaciones comunales del orfanato. Caminó con lentitud hasta las estanterías repletas de libros, y se subió de rodillas encima de la cama de sábanas grises para poder leer algunos de los tomos. Esos tomos eran extraños, despedían un aura poderosa… Aunque, en realidad, su sexto sentido para notar ese tipo de cosas llevaba embotado desde que había puesto un pie en Gryphon. Todo le parecía mágico y, a la vez, mundano. Todo en aquel lugar parecía llamarle la atención de alguna manera. Shadow, Linkaín, Säbel, la mujer que habló con Taanis, el chico de piel amarilla que habló con ellos en el ascensor, el propio ascensor, el hombre con barba llamado Senzo, aquellos libros… hasta las camas tenían cierto aire mágico.

Suspiró. Debía descansar, aquel día había sido muy extraño, y todo empezaría a la mañana siguiente. Se colocó en una posición más cómoda en la cama, con las piernas fuera, y empezó a desabrocharse los zapatos. Todo lo que había pasado en tan solo dos días la tenía totalmente abrumada… Pero debía superarlo, por el bien de su misión.

Se quitó ambos zapatos y suspiró con fuerza, y giró la cabeza para mirar las sábanas de la cama, de un color gris bastante oscuro. Pasó su mano por ellas, alisándolas y notando su suavidad… hasta que escuchó el chapoteo.

Miró por todas partes, pero no vio nada ni a nadie. Pensó que alguien estaría en el baño, pero a parte de la puerta cerrada y de la entrada no sabía si había baño o no. Volvió su mirada hacia la puerta de entrada, y el aire se le congeló en los pulmones al ver como alguien parecía estar subiendo a la cama donde estaba sentada por el pie del lecho. Aparecieron dos brazos pálidos, femeninos, y poco a poco se impulsaron como si la persona en cuestión saliera de una piscina. Lo primero que Saku vio fue el cabello mojado, rojo como el fuego; lo segundo, que esa persona parecía irradiar oscuridad a su alrededor.

Pero lo que la hizo gritar fueron los ojos rojos como ascuas de la chica.

-¿Por qué gritas? –Preguntó la recién llegada, subiendo totalmente a la cama.

Saku temblaba mientras intentaba pensar. Pero… ¿Qué podía pensar? Una chica de cabellos y ojos como el fuego acababa de aparecer de la nada, vistiendo únicamente un baby doll rojo transparente que dejaba casi nada a la imaginación, y un fino tanga rojo... ¿Qué hacer? ¿Qué decir? ¿Qué pensar? El rostro de la monja estaba blanco como el papel.

No podía hablar, solo seguía mirando fijamente a la recién llegada. Esta la miró de arriba abajo, y una sonrisa felina, acompañando sus movimientos para arrodillarse en la cama, afloró en sus labios.

-Dime… ¿Por qué ese grito…?

Esta vez la monja dio un pequeño respingo. La voz de ella era juvenil, alegre, pero al mismo tiempo sensual y lasciva… Oscura, esa era la palabra que asomaba a su mente. Empezó a hablar para explicarse, pero tartamudeó un poco por el temblor.

-Me… me asustó… señorita…
-No debes temerme, no muerdo… casi nunca… -La pelirroja seguía sonriendo. Pícara, oscura y lascivamente. Saku recogió las piernas para alejarlas de la chica. –Debería ser yo quien gritara… porque no esperaba tener una compañera de habitación tan… bonita…

La pelirroja, a falta de nombre, comenzó a gatear lentamente en dirección a la monja. Esta solo pudo hacer lo que le dictaba su cuerpo: retroceder por la cama, evitando que se le acercara.

-Esto… usted es… muy amable… gracias…

Y al decir eso, lo notó. La superficie de la cama había terminado, y no le dio tiempo a detener su caída por la sorpresa. Con un pequeño estruendo cayó al suelo de la habitación, de espaldas, y tras el golpe, entre lucecitas y estrellitas en los ojos, solo atinó a quejarse una sola vez antes de fijarse en que la muchacha estaba prácticamente encima de ella, con la cara peligrosamente cerca.

-¿Te has hecho daño…? –Susurró con voz provocativa la chica, y ante el sonrojo general del rostro de Saku, la pelirroja pasó una de sus manos por el rostro de ella. –Sería una lástima ver moratones… en este lindo cuerpecito…
-Se… Señorita, por favor. Estamos en… ¡Estamos en una posición muy impúdica! –La novicia pugnaba por separarse de ella, pero sus brazos no le respondían como quería. –¡Y usted viste una ropa demasiado atrevida!
-No, no tiene nada de impúdico… -La cara de la pelirroja estaba cada vez más cerca del rostro de Saku. Tanto, que al hablar la novicia notó como el aliento de la chica calentaba su mejilla. –Y mi ropa es perfecta la mires por donde la mires…

La monja temblaba de los pies a la cabeza. Temblaba de miedo. ¿Miedo? Si, debía ser miedo. Aquellos ojos rojos, aquel cabello como el fuego, esos labios carnosos, esas curvas… ¡No! ¿Qué estaba pensando? Era una mujer, y además, una mujer no debería sentirse atraída por otra mujer. Era un pecado, era algo en contra de los designios de dios. “Dios hizo al hombre y a la mujer para complementarse” decía una y otra vez, viendo impotente como la chica se le acercaba.

Hasta que se abrió la puerta de entrada.

-Saku, me había olvidado decirte… -La voz de Linkaín, el cual había sido el oportuno visitante, murió en sus labios al encontrarse el panorama. Abrió un momento los ojos más de lo normal y su sonrisa burlona desapareció por unos instantes. –Pixy… ¿Se puede saber qué estás haciendo?

La pelirroja se apartó al instante del rostro de la novicia, la cual notó como su cuerpo volvía a moverse con normalidad y se santiguó con velocidad mientras la chica se dirigía hacia el castaño y lo abrazó por el cuello.

-Oh, vamos Linkaín. No me dijisteis que iba a tener una compañera de cuarto tan guapa, ni tan mona, ni tan tierna… -Saltó de alegría aún sujeta al castaño. -¡Demonios, dan ganas de comérsela a besos!
-No… ¡No se me acerque otra vez! –Gritó Saku abrazándose totalmente colorada. –Usted es… vistiendo así… actuando como una… ¡Una furcia!
-Oh, pequeña, no sabes divertirte. –Dijo Pixy mirándola divertida.
-Pero… ¡Mírate! ¡Actuando como una gata en celo, vistiendo… no me atrevo ni a llamar ropa esa minúscula prenda de vestir donde se te ve todo! –La monja, roja como el fuego, había explotado. Se levantó como pudo y miró a Linkaín. -¡Exijo cambiar de habitación, por favor! ¡Yo no puedo dormir con alguien que va por la habitación prácticamente desnuda delante de otros y actúa… de ese modo!

El castaño miró sorprendido a Saku, y luego a Pixy. Su mirada pasó por el cuerpo esbelto de la pelirroja, la cual al notarlo hizo una postura sexy, agachándose y colocando sus manos en las rodillas y levantando el trasero. Linkaín miró divertido a Saku.

-¿Qué hay de malo en como viste? Cada uno usa el pijama que quiere.
-¿Pijama…? –Saku abrió los ojos escandalizada. ¿Es que no lo entendía? –¡Eso no es un pijama! ¡No es ni tan siquiera un pedazo de tela! ¡Adán y Eva tenían más ropa usando las hojas que ella!

Ante ese comentario Pixy no pudo resistirse y empezó a reír, caminando hacia la cama de sábanas grises. Al instante, Saku se fue hacia el castaño que seguía con la sonrisa burlona en sus labios, y se plantó con los brazos en jarras.

-Quiero cambiar de habitación, por favor.
-¿Ya estás más calmada? –Preguntó él sin perder el matiz de diversión de su rostro.
-No, solo quiero marcharme de este cuarto. –Dijo ella muy seria.
-Bien, pues he de decirte que esa es una petición imposible. –Contestó él cruzándose de brazos. –Las órdenes son órdenes, Saku. Deberías saberlo mejor que nadie. Así que si se te ha asignado a esta habitación, tú dormirás en esta habitación.
-Pero… Señor Linkaín, por favor. ¿No ve lo impúdica que va? No he visto tanta decadencia desde los relatos de Sodoma y Gomorra.

Pixy rió y Linkaín se rascó un momento la cabeza.

-Pues que quieres que te diga, sigo pensando que le queda perfecto.
-Ay, primo, tu siempre tan galante. –Dijo Pixy sentándose con las piernas cruzadas en el lecho gris y mandándole un beso con sus labios. –Si es que eres un amor.
-Señor Linkaín, por favor, quiero cambiar de habitación. –Reiteró Saku reprimiendo un escalofrío.
-No. –Dijo Linkaín, y esta vez fue un “no” con rotundidad, más parecido al tono que usaba Säbel, y la monja dio un respingo. –Dormirás aquí, no se hable más. Y Pixy… -El hombre se acercó a la pelirroja y le puso la mano encima de la cabeza, acariciándola. –Al menos espera a que tenga el uniforme gris para empezar a seducirla.
-Oh, vamos, así es más divertido. –Riendo, Pixy se dejó acariciar la cabeza con expresión de felicidad. –No pude resistirme. Entre que tiene ese uniforme y estaba en mi cama no pude, en serio.
-Vale, pero tranquilízate, no queremos matarla antes de tiempo. –Riendo, se volvió hacia Saku de nuevo. –Saku, voy a hacer las presentaciones formales. Esta es Pixy, una Guerrera Gris igual que yo. Será tu compañera de cuarto, y seguramente será ella quien te explique muchas de las cosas que hacemos durante las noches que compartáis habitación, así que espero que os llevéis bien.
-Pero… -Empezó a decir ella, pero una mano de Linkaín se levantó con la palma abierta.
-Basta de llevar la contraria. –Dijo Linkaín. –Pensé que tendrías algo más de disciplina, la verdad.

Saku se puso colorada como un tomate e hizo una pequeña reverencia con la cabeza. Acto seguido susurró.

-Perdone, señor Linkaín, no volverá a pasar…
-Eso está mejor. –La sonrisa burlona de él volvió a sus labios. Se dirigió de nuevo a la puerta y salió al pasillo. –Mañana Pixy te acompañará a la sala de reuniones. ¿Me has oído Pixy?
-A tus órdenes primito. –Dijo desde su cama la chica pelirroja, estirándose cuan larga era.
-Y Saku, se que Pixy puede parecer peligrosa, pero es un trozo de pan. Buenas noches. –Y cerró la puerta.

La monja miró a la otra chica, y un escalofrío le recorrió el cuerpo. ¿Trozo de pan? Por favor, si debía ser la encarnación de Masabakes, la Diablesa de la Lujuria, en este mundo. Abrió los ojos. Eso eran palabras mayores incluso para ella que estaba al servicio de Dios. Se santiguó enseguida, y Pixy, al verla, empezó a reír.

-¿De qué te ríes? –Dijo ella mirándola desafiante. –No creo que haya hecho nada gracioso, y deberías tener más respeto por el señor. Él es nuestro creador.
-Meeeec… -Dijo ella como si fuera una bocina de automóvil. –Error, cariño. Será tu creador, pero no el mío.
-¿Osas blasfemar? –Exclamó alarmada la novicia, y volvió a santiguarse, esta vez, sacando el pequeño crucifijo que llevaba desde siempre. –No te lo aconsejaría, los blasfemos como tu arderéis en el infierno.
-Lucifer dijo “Prefiero reinar en el Infierno a ser un esclavo en el Cielo”. –Pixy se miró las uñas con indiferencia. –Y después de tantos años aquí como Guerrera Gris, créeme, entiendo lo que quiso decir. Tu querido Dios, cariño, no es más que un ególatra que lo quiere todo para él.
-¡No puedo seguir escuchando esto! –Saku se giró y se dirigió a la puerta, totalmente enfurecida por lo que Pixy decía. –No pienso compartir cuarto con una hereje. Eso sería lo último.

Tomó el pomo gris de la puerta e intentó abrir, pero por alguna razón parecía estar completamente pegado. No se movía absolutamente para nada, ni por mucha fuerza que le pusiera. Empezó a golpear la puerta con su cuerpo, intentando que cediera.

-Es inútil. –Dijo Pixy mirándola divertida desde su cama. –Las órdenes ya están dadas. Shadow dijo que dormirías en este cuarto, y en este cuarto te quedarás.
-Le pediré que me deje cambiar de habitación. –Repuso con furia la monja. –Seguro que si le explico lo que eres, primero me cambiará de habitación y luego te expulsará. No puedo creer que en una institución como los Guerreros Grises haya una hereje de tu nivel.

Solo notó como un viento cálido pasaba por detrás de ella, y al girarse, se encontró con que Pixy había llegado hasta ella en un abrir y cerrar de ojos, colocó sus dos manos alrededor de la cara de Saku, apoyándolas en la puerta, y encerrando a la monja entre la madera de la entrada y su cuerpo. La miró a los ojos con esas dos teas ardientes que tenía por globos oculares, y por un momento, Saku pensó que incluso ese rojo estaba encendido con fuego auténtico.

-Querida, te voy a dar dos advertencias. La primera es que no creas que estás en una situación muy ventajosa, pues eres una recién llegada que acusaría a una Guerrera Gris veterana… Eres una novata, eso es lo que eres. –Dijo Pixy sonriendo de una manera siniestra. –Lo segundo… no tienes ni idea de lo que soy. –La sonrisa siniestra de la pelirroja se hizo aún más grande, y los ojos parecían dos ascuas encendidas ante la mirada aterrada de Saku. –Pero a diferencia de ti, Shadie si lo sabe. Entre los Guerreros Grises no hay distinciones por lo que somos… Porque somos Guerreros Grises. Estamos más allá de la Luz de tu Dios y de la Oscuridad de Lucifer.
-Estás equiparando este sitio al nivel del Altísimo… -Dijo ella santiguándose de nuevo. –Eso es una blasfemia incluso mayor.
-Tienes mucho que aprender… -Dijo la pelirroja apartándose de ella, y caminó, contoneándose como una gata, hacia su cama. -¿Sabes lo que significa ese uniforme que llevas?

Por primera vez, Saku pegó un respingo de agradable sorpresa. ¿Acaso se lo iba a decir? No, debía ser fuerte, aquella mujer era peligrosa en muchos sentidos, y no podía bajar la guardia. Buscó a tientas su báculo, pero no estaba. Se puso nerviosa. Sin él no podía usar su don, y miró alrededor. ¡Allí estaba!

En las manos de Pixy.

-Devuélveme eso. –Caminando con decisión hacia Pixy, le extendió la mano para que se lo entregara.
-Oro y plata… -Dijo examinando el cilindro, y con un movimiento, la pelirroja lo extendió, sorprendiendo a Saku. –Con el interior lleno de agua bendita. ¿No es así?

Al decir lo que llevaba el báculo en su interior, la novicia pegó otro respingo. ¿Cómo podía saberlo? Es más… ¿Cómo había conseguido extender el báculo si, en teoría, solo podía abrirlo ella?

-Es de manufactura vaticana. ¿A que si? –Preguntó Pixy con una sonrisa extendiéndole el báculo a Saku. Esta lo tomó y lo cerró de nuevo. –Es el diseño estándar. Lo usan muchos novicios. Da buenos resultados para los novatos, pero a medida que el poder crece, ese juguete se queda corto.

Saku retrocedió dos pasos, sorprendida. ¿Cómo sabía todo eso? ¿Acaso había algún espía de los Guerreros Grises en la Iglesia? Pero lo más preocupante era lo último que había dicho. En realidad, llevaba tiempo notándolo en sus propias prácticas que sus poderes quedaban atrapados dentro de sí, que no podía exteriorizar lo que quería conseguir a través de su báculo.

Sacudió su cabeza y miró hacia la puerta cerrada.

-¿A dónde lleva esa puerta?
-Al baño. Pero no podrás cerrar la puerta, está prohibido. –Dijo Pixy mirando aburrida a la madera. –Son órdenes de Säbel…

Saku no la escuchó, y tomó la almohada y algunas sábanas de su cama blanca. No pensaba dormir en la misma habitación que esa hereje, vamos, sería lo último que haría. Abrió la puerta y, si no hubiera estado tan enfadada, hubiera admirado el cuarto de baño. Un enorme espejo con decoraciones de rosas enfrente de la puerta separaba la taza del W. C. y la enorme bañera. “Peor sería dormir con ella” se dijo, y extendió una sábana en la bañera, se estiró en ella y colocó su cabeza en la almohada para intentar dormir. Colocó su espalda en dirección a la puerta y cerró los ojos. No tardó mucho en notar como Pixy se sentaba en el borde de la bañera.

-No te aconsejo que duermas ahí… -Le dijo con voz dulce. –Yo ya lo hice la primera vez que vine aquí… Te levantarás con un dolor de espalda monumental…
-Me es igual. –Contestó tajante Saku sin girarse.
-Se lo que se siente… -Suspiró Pixy. –El ser arrancada de todo lo que crees, todo lo que sabes, todo lo que entiendes… Yo estuve igual que tú una vez, hace mucho tiempo.
-Ni que fueras mayor que yo. –Espetó enfadada Saku. –Debes tener mi misma edad.

Por toda respuesta, Pixy rió un poco más, y se levantó.

-No voy a comerte ni a “ensuciarte” por dormir en la misma habitación que yo. –Dijo la pelirroja acariciando la cabeza de Saku. Esta tuvo un escalofrío. –Mañana tendrás mejor visión, así que si quieres dormir bien te aconsejo que uses la cama.
-Estoy bien aquí.

Pixy negó con la cabeza, suspirando, y atravesó la puerta, dejándola abierta. Se dirigió a su cama, abrió las sábanas y se metió en el interior. Extendió su mano hacia un interruptor al lado de la cabecera y apagó las luces.

Saku no lo notó. Se había quedado dormida cuando Pixy había abandonado el baño.

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Abrió los ojos lentamente. ¿Qué hora era? ¿Las demás hermanas habrían empezado los rezos de la mañana? ¿Y la Madre Superiora, estaría aún en su despacho? Debería dormir un poco más, su cuerpo se lo pedía, pero sus obligaciones eran tantas… La oscuridad la envolvía, no veía más allá de su propia nariz… e incluso ni eso. Se restregó los ojos. Debía rezar, aunque fuera un poco. Había tenido una pesadilla horrible.

-¡Saku! ¡Despierta, tenemos que prepararnos!

Se levantó como un resorte, con los ojos abiertos. No, no había sido un sueño, ni una pesadilla. Era la cruda realidad. Estaba estirada en una bañera, en el baño de una habitación que, teóricamente, debía compartir con una blasfema y una hereje.

La luz de la puerta parecía venir de una luz natural, y se veía la sombra de Pixy caminar de arriba abajo.

-Date prisa, hemos de desayunar y vestirte. –Dijo desde la habitación la pelirroja sin entrar. –He tenido que ducharme en el cuarto de Nayru porque estabas dormida en la bañera aún.

Se levantó rápidamente, y se inclinó de nuevo casi al instante. La espalda le dio un fuerte tirón, un pinchazo como si hubiera estado durmiendo en muy mala posición. Suspiró… Claro que había dormido en mala posición en aquella bañera, debería haber hecho caso a Pixy y dormir en la cama.

¡No! ¿Dormir cerca de esa hereje? ¡Nunca!

Miró por todas partes, buscando un punto de salida. No tenía fuerzas para lidiar con la pelirroja, así que sería mejor que intentar escapar por otro lado. Encima de la bañera, detrás de una pequeña cortina, había unos pocos rayos de luz. Se enderezó como pudo por el dolor de espalda y apartó la cortina, cerrando los ojos por el golpe que el sol dio en sus ojos cansados. Miró ilusionada al exterior.

Y cuando vio la altura a la que se encontraba recordó que estaban en un piso dieciséis.

Cuando miró hacia la entrada, se encontró con que Pixy entraba en el baño y encendió la luz, cegándola por un momento.

-Vamos perezosa, hay que prepararse para la reunión. –Saku consiguió enfocar su vista lo suficiente para ver a la pelirroja abrir un cajón y sacar un par de pinzas.

Se fijó mejor en su atuendo. Era exactamente igual al de Säbel y Zelcia el día anterior, y en el muslo derecho llevaba una cartuchera con una pistola dorada con la culata de madera. Se giró a ella y puso sus manos en sus caderas.

-Mírate, sin vestirte, sin prepararte… Tienes una cara de muerta que no te aguantas. ¿Quieres que te maquille? Puedo disimularte las bolsas de los ojos.
-Ña… yo no uso de esas cosas… -Dijo mientras se dirigía a paso de tortuga hacia la entrada.
-Si vas a ese paso no acabaremos nunca.
-Pues adelántate, ya te alcanzaré yo… -Se sentó en su cama, intentando pensar. -¿Dónde está mi maleta…?

Pixy la miró extrañada y empezó a reír.

-Primero… ¿Cómo vas a alcanzarme si no sabes donde estás? Y segundo… ¿Qué maleta? –Caminó hacia el armario que estaba en el lado de la monja, lo abrió y sacó una falda a cuadros grises, una camisa blanca parecida a la chaqueta de los Guerreros Grises y una corbata azul. Luego los dejó encima de la cama a su lado. –Ponte eso, es tu uniforme.

Saku miró las prendas y su mente empezó a perder esas nubes que la cubrían. Recordó más o menos que ahora tendrían una reunión, y tomó la camisa entre sus manos. Era de un material muy fino, pero a la vez resistente. Sabía eso porque, desde niña, había aprendido a distinguir la calidad y resistencia de las prendas para poder aprovecharlas. Miró a los lados, y se fijó en Pixy que estaba peinándose el rojo cabello con un cepillo negro con una joya en el pomo. La miraba extrañada.

-Vamos, vístete. –Dijo la pelirroja.
-Esto… ¿Podrías dejar que me vista… sola…? –La pregunta iba con una carga adicional de pudor que solo hizo que Pixy sonriera.
-La puerta no se cierra, así que me daré la vuelta. Pero no tardes querida. –Se giró hacia el baño y encendió la luz, iluminando el espejo enorme y peinándose con parsimonia.

Saku se quitó el vestido que usó durante todo el día anterior, teniendo algún problema con la corbata, y se miró la espalda. Tenía algo de su piel enrojecida, pero por el resto no vio ninguna otra marca que pudiera ser peligrosa. Se empezó a poner la falda, mientras miraba a Pixy de reojo. Parecía como si todo lo que pasó anoche fuera simplemente un vago recuerdo, pero ocurrió realmente… Y la pelirroja no parecía recordarlo, o simplemente, no le daba ninguna importancia.

Se vistió con toda la rapidez que pudo, intentando evitar que Pixy la viera sin ropa, pero cada vez que miraba, Saku solo veía a la otra chica peinándose. Cuando estuvo presentable, con los cabellos completamente revueltos por la noche y legañosa, se dirigió al baño con Pixy. Aguantaría estar cerca de ella si eso significaba poder lavarse un poco la cara.

-Tienes una cara horrible. –Dijo la pelirroja al verla entrar, separándose para que usara la pica del lavabo. –Sería mejor que te escondieras las ojeras con un poquitín de maquillaje. No suelo decir esto pero… -Sonrió con gracia mientras Saku abría el grifo de agua fría. –Te lo dije.

La monja se lavó la cara con energía. No le gustaba el tono que usaba la chica.

-La belleza es algo efímero. –Contestó ella secándose la cara con una toalla. –Así que no me molesta lucir mal.
-La belleza es efímera para los que no saben apreciarla. –Le dijo la pelirroja, y acto seguido dio la vuelta a su cepillo para el pelo y apretó la joya del pomo. –Gami, quiero desayunar. ¿Me haces un par de huevos fritos con bacón? Y un poco de zumo de naranja natural, anda. –Miró a una sorprendida Saku y le sonrió. -¿Quieres desayunar algo?
-¿Esa cosa nos puede hacer el desayuno? –Preguntó con los ojos abiertos la monja. Aquella tecnología no la había visto nunca en el convento…
-No, mujer –Dijo riendo la pelirroja y le enseñó el cepillo. -, esta cosa, como tu dices, tiene un comunicador directo con mi asistente. Él será quien nos traiga el desayuno.
-Pues… no había visto algo así nunca… –susurró la chica mirando el cepillo. –Parece cosa de magia.
-Los religiosos siempre condenáis la tecnología. –Dijo suspirando Pixy. -¿Te gustan los huevos fritos? ¿Y el bacón?

Por toda respuesta, se escuchó el rugido del estómago de Saku.

-Pero no quisiera molestar… -Dijo la monja roja como un tomate.
-¿Te gustan o no? –Preguntó de nuevo la pelirroja.
-Si… eso estaría bien, por favor. –Contestó Saku con una sonrisa.
-Gami… -Pixy volvió a apretar el botón. –Quiero que sean dos de cada, para mí y para otra persona. –Saku, mientras veía como la pelirroja salía del cuarto de baño, se dio cuenta de algo. Estaba siendo cortés con la hereje. ¿Habría sido un hechizo de la lasciva compañera que le había tocado? Debía tener cuidado, eso no era un paseo, era una misión. –Tienes cinco minutos para hacer el desayuno. Si no me lo traes en ese tiempo, te meteré por el orto una semilla estelar. ¿Ha quedado claro?

Saku salió del cuarto de baño en el momento en el que escuchaba un fuerte grito desde el cepillo, y Pixy se giró a ella. Se le acercó con cara disgustada, a lo que la monja se asustó. ¿Un ataque? ¿Ahora?

-Tienes el cabello hecho polvo. –Dijo la Guerrera Gris, tomándole de un mechón de cabello. –Siéntate, te peinaré mientras esperamos.

Saku dejó escapar casi todo el aire de sus pulmones, y un escalofrío le recorrió la espina dorsal. ¿Otra chica iba a peinarle? No lo hacía desde que tenía cinco años, y en ningún momento una hereje así. Sin embargo, un sentimiento de curiosidad y tranquilidad la envolvió, y como si un gatito amaestrado se tratara se sentó en la silla más cercana, mientras la pelirroja empezaba a cepillarle los rebeldes cabellos castaños.

-Por el bosque de los ahorcados… ¿Qué champú usas, cariño? Tienes el pelo lleno de nudos y muy estropeado. –Se detuvo en el cepillar para deshacer un nudo con sus propias manos.
-¿Champú…? Yo solo uso una pastilla de jabón. ¿Eso es malo? –Preguntó curiosa la monja.
-Malo no, malísimo. –Le contestó Pixy y terminó de deshacer el nudo. Lo soltó con desagrado, tanto en su movimiento como en su cara. –Con razón está tan estropeado. La salud de tu pelo pide a gritos champú revitalizante. Esta noche te lo lavaré a conciencia.

Se puso blanca. ¿Lavarle el pelo? ¿Dormir de nuevo en esa habitación? Debía decir o hacer algo, no quería, simplemente, llegar a esa noche en esa habitación. Pero cuando fue a abrir la boca, dos golpes sonaron en la puerta. Pixy dijo un simple “adelante” y la puerta se abrió, dejando ver al chico de piel amarillenta que le lloró a Linkaín y que vio la noche anterior cuando llegó al ascensor. Llevaba un traje bastante informal de color gris y corbata negra, y en sus manos llevaba una bandeja con dos platos que inundaron la habitación de un profundo olor de bacón recién hecho. Los brazos, que llevaba descubiertos con la camisa de manga corta, eran muy velludos… Más bien, eran peludos, con un color rubio entre el canario y el tigre. Llevaba puesto su gorro de lana negro tapándole casi todo el negro pelo de la cabeza. Su cara no tenía vello, ahora que se fijaba la monja, pero seguía estando algo amarillenta.

-Buenos días, Pixy. –Saludó el recién llegado caminando hacia donde estaban en la tarea de peinado. –¿Esta es la nueva compañera de cuarto?
-Si, es una monada. ¿Verdad? –La pelirroja dejó de peinar por un momento a Saku y la abrazó por detrás, con cara de felicidad. Después de estrujarla un poco ante la mirada de incomprensión de la blanca, volvió a soltarla y seguir peinándola. –Pero aún está muy blanca, y es muy tímida. Tiene un largo camino por delante. –Miró al recién llegado dejar las bandejas en la cama de la monja. –Gami… ¿Has tardado…?
-Tres minutos y medio. –Dijo suspirando el chico mirándola con una cara de cansado que se podía ver a leguas.
-Entonces hoy te libras del castigo. –Pixy sonrió y empezó a alisar el cabello de Saku con las manos.

Por su parte, la blanca solo miraba ahora al recién llegado. Desde que entró en el recinto había perdido la habilidad de sentir lo diabólico, lo malvado, lo pagano, pero desde que entró en contacto con Pixy sus sentidos se dispararon dentro de aquel embotado sentido. Sentía que la chica era un peligro, pero cuando entró el chico ese sentimiento de peligro empezó a sonar como un pequeño zumbido detrás de la oreja. No sabía lo que era, pero ese chico tenía algo en su forma de ser que la ponía en guardia. Cuando este se acercó para ponerle delante el desayuno, ella se puso tensa.

-¿Es para ti, verdad? –Preguntó con una sonrisa él.
-Esto… si… -La monja lo miró. Tenía un aire bastante místico a su alrededor. –Esto… ¿Tú también eres un pagano?

Él la miró con los ojos abiertos y empezó a reír secundado por Pixy. Saku se puso roja porque sabía que se estaban riendo de ella.

-Pagano, esta es nueva. –Dijo el chico, y se giró a la pelirroja. -¿Acaso no sabe nada aún?
-La reunión es ahora. –Dijo Pixy empezando a trenzar el cabello de Saku. –Ahí le explicarán muchas cosas. Oye Gami. ¿Qué tenemos programado para hoy?
-Oh, dame un segundo. –El chico sacó una libreta de su bolsillo trasero y empezó a pasar páginas. –Veamos, dentro de una hora tenéis la reunión, supongo que no te pondrán al cuidado de esta muchachita por lo blanca que es. Después tienes que preparar unos informes de la misión que hiciste hace un par de noches, y a mediodía no tenemos nada programado, así que podrás comer donde quieras.
-Siempre como donde quiero. –Rió la pelirroja atando el cabello de Saku. –Tráeme el espejo de mano.

Gami se metió en el baño y trajo un pequeño espejo redondo de estructura plateada, y Pixy se lo quitó de las manos. Lo colocó delante del rostro de Saku, y la chica se vio reflejada. Se sorprendió, pues veía que con simplemente haber cambiado de peinado parecía una chica distinta.

-¿Te traigo el estuche de maquillaje? –Preguntó el chico.
-¿Tu que dices, Saku? –Preguntó con una sonrisa la pelirroja. -¿Te disimulo las ojeras?

¿Y si la dejaba? Era la primera vez que se sentía hermosa… ¡No! Eso era vanidad, algo que no debía sentir. Debía seguir los dictámenes de Dios y no sentirse superior a nadie.

-Gracias, pero preferiría que no. No uso de esas cosas. –La voz de Saku, por el contrario, sonaba con poca convicción.

Pixy, por su parte, sacó el espejo con una sonrisa extraña y se sentó en la cama empezando a comer su desayuno. Saku miró hacia su propio plato. Tenía tanta hambre que no le importaba que eso hubiera sido preparado por un posible hereje. Se llevó un pedazo de bacón a la boca y se estremeció. Hacía tanto tiempo que no comía aquello…

Mientras ella comía, prestaba atención a la conversación de Gami y Pixy. Eran una extraña pareja, ella pelirroja y él con ese extraño sombrero de lana. Estaban hablando de las actividades del día que la Guerrera Gris debía atender, mientras que Saku seguía pensando en su misión. De momento había encontrado una hereje entre los Guerreros Gris, no sabía si su líder lo sabría, como bien aseguraba ella, pero si era así, su misión empezaba a ser peligrosa. Aunque la impresión que le dio Shadow no era precisamente la de un hereje.

Cuando terminó de comer se fijó que Pixy y Gami se estaban pasando lápices por el aire, como si estuvieran flotando.

-¿Cómo hacéis eso? –Preguntó curiosa ella.
-¿Esto? Es levitación básica. –Dijo Gami haciendo que un par de lápices dieran dos vueltas antes de llegar a las manos de la pelirroja. –Es bueno entrenar lo básico para no perder la costumbre.
-Tú también podrías hacerlo. –Dijo Pixy guardando los lápices en el bolsillo de Gami, también con levitación. –Es la magia más básica de todas, y tú podrías aprenderla.
-Yo no aprenderé magia. –Dijo con firmeza la monja. –La magia va en contra de las enseñanzas de Dios.
-Oh, pero… Linkaín me dijo que usaste un hechizo de fuego. –Comentó Gami extrañado. -¿No incendiaste un contenedor de basura?
-¿Eso? Eso no fue magia. –Dijo contrariada Saku. –Aquello fue mi Don de Dios. A los que somos amados por Dios se nos concede ese poder.

Pixy la miró con ojos tristes, y Gami con una mirada interrogante.

-¿Qué… que ocurre? –Preguntó la monja.
-Me das mucha lástima… -Dijo Pixy levantándose y caminando hacia la puerta. –Tienes tanto que aprender que me extraña que te hayan dejado venir.
-Será mejor ir hacia la reunión. –Dijo Gami sacando de nuevo su pequeña libreta. –Síguenos, Saku.

Ella se levantó, pensando. ¿Qué querían decir con eso de que ella había usado magia? La magia era el producto del demonio, de todos esos seres que se hacían llamar dioses fuera de la religión de Cristo, y de los herejes como Pixy, pero ella usaba su Don de Dios. Le habían enseñado a usarlo desde que tenía uso de razón, pues las monjas le decían que tenía talento para usar ese don, y que Dios la amaba mucho pues su poder era muy alto. Incluso sus palabras mágicas eran en latín, como la habían enseñado desde siempre. Y ahora Pixy y Gami decían que sus poderes eran magia, algo diabólico… Claro, pensó, es normal pensar eso cuando venía de una hereje y un posible pagano. No veían la gracia de Dios. Debía enseñárselo desde ahí.

Caminaron por el pasillo de las habitaciones hasta llegar al ascensor. Delante de este mismo se encontraba otra persona con el traje de los Guerreros Grises. Esta vez era un chico más o menos de la misma altura que Saku, con el cabello corto y medio castaño y pelirrojo. Cuando llegaron, se giró a ellos.

-Oh, sois vosotros. –Dijo con una voz profunda y cansada. -¿Qué tal todo?
-¿Estás bien, Drako? –Preguntó Pixy extrañada. –Ni que te hubieras pasado la noche pegando ostias.
-Precisamente, eso vengo haciendo. –Contestó masajeándose las sienes el chico. –Claro, ya sabes que para acabar con poseídos y fantasmas lo mejor es enviar a alguien de los blancos, pero Nayru tenía que hacer cosas, Wallace estaba preparando no se qué y claro, yo fui el único idiota disponible.
-Quien te mandaba a ti haber sido un templario. –Dijo riendo Gami.

¿Templario? Aquella orden de caballeros era tan antigua que Saku se extrañó. No podía ser un Templario, habían sido disueltos hace mucho tiempo.

-Es lo que hay… -Dijo cansado el chico cuando se abrieron las puertas. –Saber exorcizar es un arte, ya lo sabéis. Y yo soy de los mejores exorcistas que tenemos.
-Y el mejor del mundo, idiota. –Dijo Pixy riendo. –No he visto a nadie exorcizar como tu, que en una hora puedes sacar incluso diez sombras en un solo cuerpo.

¿Además un exorcista? Aquello empezaba a extrañarle mucho a la monja. A todas luces, ese chico parecía un seguidor de Dios, pero hablaba con toda la tranquilidad del mundo a Pixy y a Gami. Además, notaba un aura extrañamente familiar en el muchacho llamado Drako.

Cuando se cerraron las puertas, fue cuando se dio cuenta de la presencia de Saku. La miró con los ojos bien abiertos. Sus ojos eran de un amarillo oscuro parecido al oro, y su piel era algo pálida.

-Tu… ¿Eres nueva? –Preguntó a la monja. Agachó un poco la cabeza con la mano en la barbilla y la miró de arriba abajo.
-Esto… Si… Mi nombre es Saku… -Dijo cohibida ella.

Empezó a rodearla mientras Pixy hablaba con Gami. La miraba con una mirada crítica y a la vez curiosa. Saku empezó a sentirse muy incómoda, le recordaba a cuando, de pequeña, había hecho una travesura y la Madre Superiora empezaba a dar vueltas a su alrededor, del mismo modo, para que confesara.

-Por lo que veo, tienes uniforme blanco. –Dijo con voz queda él. –Es decir, que tienes mucho que aprender. ¿Ya sabes a cargo de quién estarás?
-Esto… No lo recuerdo bien… llegué ayer… -Saku cada vez estaba más nerviosa, le sudaban las manos y se le secaba la boca.
-Seguramente te pondrán con Nayru o Wallace. –Dijo más para sí que para ella. –Porque yo tengo mucho que hacer en estos días y no te podría enseñar nada. –El chico se detuvo frente a ella. –Por cierto, mi nombre es Drako. Drako von Kántor.
-Encantada, señor Kántor, yo soy Saku Zelda Sheikav. –Dijo extendiéndole la mano. Drako la miró extrañado y la tomó suavemente.
-¿Sheikav…?
-Así es señor… ¿Conoce mi apellido? –La monja abrió los ojos extrañada. Sus padres habían muerto en el mismo orfanato donde ella creció, pero nunca le dieron un apellido, por eso se lo colocaron en la iglesia.
-Sheikav… –El hombre soltó la mano de ella y se colocó la misma mano en la barbilla, con cara pensante.

Saku se quedó expectante, por si iba a hablar, pero acto seguido sonaron las campanillas del ascensor y las puertas se abrieron.

Al mirar, la monja vio un largo pasillo de color blanco grisáceo, muy parecido al de los azulejos de los bancos. El pasillo era del tamaño de la puerta del ascensor, y solo se veía una puerta a lo lejos y varias obras de arte a los lados, en las paredes. Drako fue el primero en salir, sin decir una palabra más, seguido de Gami y Pixy. Esta última empujó ligeramente a Saku para que avanzara. Ella seguía, sin embargo, esperando una respuesta de Drako. Respuesta que, asumió, no llegaría en ese momento.

Caminaron en las baldosas pulidas, haciendo sonar sus zapatos. Los únicos que hablaban eran la pelirroja y el del gorro de lana, pero también se callaron cuando llegaron a la puerta del fondo. Drako golpeó con los nudillos, y acto seguido la abrió. Entraron todos.

Saku siempre recordará el día en el que entró en esa sala. Era sencilla pero, a la vez, extraña. A los lados tenía varias puertas de distintas formas, en las paredes blancas habían símbolos de distintas religiones, desde la cristiana hasta las más paganas y antiguas que podía encontrarse, como las celtas o las nórdicas. En un lado había un enorme mapa del mundo, con muchas chinchetas de colores. En el centro de la sala había una gran mesa gris circular, en la cual ya estaban sentados Linkaín y Säbel con varios papeles. Pixy fue corriendo hacia ambos, y los abrazó como si fuera una niña pequeña. Por primera vez vio a Säbel esbozar una leve sonrisa al acariciar la cabeza de la pelirroja. El castaño, por su parte, cuando se liberó del abrazo de Pixy se dirigió a Drako.

-Bienvenido Drako. Espero que el exorcismo de ayer fuera un éxito.
-Por supuesto Linkaín. ¿Por quién me tomas? –Dijo sonriendo este mientras apretaba la mano del orador. –Oye. ¿Sabes donde está Nayru?
-Debe estar al caer. ¿Por qué?
-Debo hablar contigo. –Ambos hombres se dirigieron a una zona apartada, cerca de la insignia de la cruz de Santiago.

Saku se quedó ahí de pie, sin saber que hacer, hasta que Gami se le acercó.

-Ven, siéntate. No querrás pasarte toda la reunión levantada. ¿Verdad?
-Pero… ¿Dónde me siento…?
-Oh, da igual donde te sientes. –Gami la llevó hasta una silla y él se sentó a su lado. –El único lugar donde no puedes sentarte es entre Säbel y Linkaín. Ese es el sitio de Shadow.

La puerta volvió a abrirse, y entraron otras dos personas. En esta ocasión fue Taanis acompañado de una mujer delgada de largos cabellos negros. Sus ojos verdes se escondían detrás de unas gafas finas de color negro, y llevaba una larga cadena con una cruz de un tamaño considerable, como si fuera el pomo de una espada, atada a su cintura.

-Buenos días. –Dijo Taanis sentándose sin prestar atención a donde y dejando encima de la mesa un grueso libro de colores oscuros, empezando a leerlo por la página que le correspondía.
-Buenos días tengáis, hermanos. –La voz de la mujer era suave, agradable y limpia. Saku se sonrojó al instante.
-Nayru. ¿Puedes venir un momento? –Dijo Drako desde el fondo de la sala, junto a Linkaín.

La mujer caminó con paso firme por la sala, pasando por detrás de Saku. La monja sintió un escalofrío al pasar a su lado, con tanta fuerza, que tuvo que sujetarse los brazos. Cuando ella estaba con los dos hombres, Gami le acarició los brazos en un abrazo.

-Si, suele crear esa impresión en los que son como tú. –Explicó a una extrañada Saku. –No te preocupes, pronto te acostumbrarás.
-¿Tu también lo notas? –Preguntó con suavidad.
-Esto… Yo noto otras cosas, llevo mucho más tiempo que tú. –Dijo Gami con una sonrisa.
-Pero… ¿Desde cuando? Si no pareces mucho más mayor que yo…
-Las apariencias engañan, Saku… Sobretodo en Gryphon. –Le contestó al mismo tiempo que se abría la puerta de nuevo.
-¡Siento llegar tarde, Taanis! –Gritó una mujer con un uniforme parecido al de Saku, solo que era de color gris y la corbata que llevaba era blanca.
-Tranquila, Eratia. Ni hemos empezado. –Dijo el interpelado pasando de página sin prestar mucha atención a que la mujer se sentaba a su lado, dejando una libreta en la mesa.

Saku se fijó más en la mujer. Era más o menos igual de alta que Taanis, sus cabellos eran grises atados a la espalda en una coleta y sus ojos eran negros como la noche. Era bella, pero… Por un momento, le había parecido que no era una mujer lo que había gritado.

-¿Extrañada con Eratia? –Preguntó Gami.
-Si… No se, me da la sensación de que… Pensarás que estoy loca pero… -Se agachó para susurrarle. –Me dio la sensación de que era un hombre cuando entró…
-Oh, tranquila, Eratia es así. –El de piel amarilla hizo un ademán con la mano como restándole importancia. –Ya descubrirás más cosas en otro momento, ahora es mejor no explicarte lo duro antes de hora.

Iba a responder, pero la puerta volvió a abrirse y entraron otras dos personas. Zelcia y un joven que tendría la misma edad que Saku. Esta vez Zelcia llevaba una espada envainada en el costado, mientras que el muchacho, de cabellos marfileños y ojos de un azul muy pálido llevaba una bolsa de cuero a su costado. Zelcia se sentó sin decir más que un simple “Nos días” y el muchacho se acercó a Säbel.

-Oye, Säbel. ¿Quién ha hecho este informe? –Preguntó con una voz jovial y divertida.
-Oh, Wally, deja a la primita tranquila. –Dijo Pixy que, en ningún momento, había soltado del abrazo a la guitarrista. –Yo nunca hago informes además…
-Si, luego tengo que echarte a ti la bronca. –Contestó el chico con cara de enfado. –No es bueno que todos los informes los haga Gamasan, tú también debes hacer algunos.
-Gami está ahí para hacer el trabajo que yo le doy. –Espetó Pixy. –Para eso me lo asignaron. ¿No?

Saku no entendía lo que estaban discutiendo, y Gami parecía reírse con ello.

-Están discutiendo del porqué los informes que, en teoría, tendría que hacer Pixy, los hago yo.
-Tú eres el asistente de Pixy. ¿Verdad? –Preguntó la monja.
-Así es. Ella se encarga del trabajo de campo, yo del papeleo.
-¿Y no te molesta? –Preguntó Saku extrañada. –Siempre encerrado sin hacer nada fuera.
-Oh, para nada. Te lo creas o no es un buen trabajo.
-Bueno, el próximo informe hazlo tú. –Dijo la voz del chico, y se sentó al lado de Zelcia suspirando y sacando varios papeles.
-Se llama Cid Wallace, es uno de los estrategas y mayores en rango entre los Guerreros Grises. –Dijo Gami a Saku. –Pero todos le llamamos Wallace o Wally.
-Parece que tiene mi misma edad.

Gami volvió a suspirar, negando con la cabeza, a la vez que la puerta se abría por enésima vez y se vio a Smooky entrar con una katana a su cinto. El cabello esta vez lo llevaba peinado hacia arriba y hacia atrás, enfatizando su rostro con sonrisa lobuna.

-Vaya, veo que soy el último. –Dijo sentándose en una de las sillas más lejanas y poniendo los pies encima de la mesa. -¿Solo falta Shadow?
-Así es. –Dijo Pixy mirándolo con furia. –Y por si no te has dado cuenta, esta es una mesa de reuniones, así que baja esos sucios pies de perro que tienes.
-Oh, parece que la niñata tiene ganas de probar mis pies en su boca. –Dijo desafiante el rubio. –Si querías que te partiera los dientes solo tenías que pedirlo, idiota.
-Oh, mira como se pone el chucho pulgoso. –Pixy soltó a Säbel y se levantó, poniendo las dos manos encima de la mesa. –No eras tan gallito cuando tus hermanos mataron a todos esos Moradores del Cristal y Shadow te echó la bronca.
-¿Por qué no hablamos de ti, mejor? –Preguntó Smooky con cara de enfado, bajando los pies y acercándose también. -¿Quién fue la que dejó escapar aquel cargamento de espadas endemoniadas solo por estar pensando más con el coño que con la cabeza?
-¿Esas tenemos? ¿Quién babea cada vez que ve a una perra en celo y se olvida de las órdenes?
-¿Y quién se moja cada vez que un tío la llama guapa?
-¡No me provoques chucho! –Pixy, roja de furia, colocó un pie encima de la mesa mostrando su pistola y una buena porción de su pierna.
-¡Atrévete, vamos!
-¡Pienso cortarte el rabo, y no el de atrás precisamente!
-¡Y yo pienso meterte una rata en pleno útero a ver si aprendes de una jodida vez! –El rubio se levantó con tanto ímpetu que la silla cayó al suelo. Sus ojos refulgían como llamas verdes.
-¡De hoy no pasa, puto chucho!
-¡Aquí te espero, zorra de mierda!
-¡Ya basta!

La voz de la chica de cabellos negros llamada Nayru sonó en toda la habitación, haciendo que al instante tanto la pelirroja como el rubio se quedaran quietos. Es más, parecía como si todo sonido se hubiera quedado en un plano existencial exterior cuando Nayru se acercó con paso decidido a la mesa. Lo único que se escuchaba en la sala ahora eran los pasos de la mujer y el modo en el que todos contenían el aliento. Pixy bajó rápidamente su pierna y se alisó la falda, mientras que Smooky colocaba la silla en su sitio y se quedaba de pie. Nayru colocó sus dos manos encima de la mesa y les sonrió a ambos.

-Chicos, estamos a punto de celebrar una reunión y tenemos una recién llegada, y no queremos asustar a la pequeña antes de hora. ¿Verdad?

Saku, que estaba pálida, no consiguió ver a Nayru cómo sonreía, pero lo que si vio fue que ambos, Pixy y Smooky, se pusieron pálidos y se sentaron de nuevo, aunque esta vez Smooky se sentó correctamente y Pixy se abrazó con fuerza a Säbel, la cual le volvió a acariciar la cabeza con expresión tranquila. Nayru se giró a Saku, la cual se había abrazado al brazo de Gami del susto, y se acercó a la monja.

-Encantada de conocerte, Saku. Mi nombre es Natalia Arael Yiogion Rigios Umbelina.

Saku abrió los ojos un momento. Tantos nombres de golpe después de aquella discusión que casi le hacía daño aún en los oídos de todas las vulgaridades que se habían dicho en menos de un minuto eran bastante difíciles de guardar en la memoria.

-Puedes llamarla Nayru. –Dijo Gami al soltarse del abrazo de Saku.
-Si, también puedes llamarme así. –Rió la mujer y estrechó la mano de la monja. Al instante una sensación de paz y tranquilidad la invadió. La levantó de la silla y le dio dos besos, uno en cada mejilla, que hicieron que Saku se pusiera roja como un tomate. –Es normal que no se recuerden mis nombres, así que todos ellos me llaman Nayru.
-Esto… encantada de conocerla… señorita Nayru… Soy Saku Zelda Sheikav…
-Lo se, Linkaín me ha hablado de ti. –La sonrisa de la morena hizo que Saku se calmara bastante. Nayru se sentó al lado de la monja. –Hoy conocerás algunas de nuestras misiones.

La puerta se abrió entonces y todos los asistentes sorprendieron a Saku levantándose para mirar la entrada. La monja los imitó. Ahí estaba, el líder de los Guerreros Grises, Shadow. Llevaba el uniforme de los varones y parecía que no había dormido lo suficiente, pero de eso no estaba muy segura Saku. Se encaminó con pasos firmes al sitio que había entre Säbel y Linkaín, y cuando se sentó, todos se sentaron de nuevo. Había sitios vacíos pero parecía que a nadie le importaba.

-Bien, buenos días muchachos. –Empezó a decir Shadow y sacó unos cuantos papeles. –No tengo mucho que decir hoy, salvo presentaros a nuestra nueva adquisición. Levántate, Saku. –Dijo el de cabellos blancos. Saku se levantó he hizo una pequeña reverencia. –Viene de un orfanato eclesiástico, y ha decidido así por las buenas ser una Guerrera Gris.
-Esto… la verdad es que…
-Eso es muy sospechoso. –Dijo Wallace sin importarle interrumpir a Saku. –Sin embargo, es muy notable de que es del bando del Cielo… aunque tiene un aura muy extraña.
-Saku estará a mi cargo. –Comentó Nayru mirando a Wallace. –Ya he sido informada de eso. ¿Se ha decidido ya quien será su asistente?
-He decidido que será uno de los trabajadores de las plantas de abajo que ya está al corriente. Su nombre en clave es “Metal”. –Dijo Linkaín extendiendo una hoja a la morena. Saku solo llegó a ver que llevaba una foto con un clip al papel. –Se le ha informado de que será el asistente de Saku para…
-¡Pero si es muy negro! –Exclamó Nayru.
-Ala, como nos pasamos con el racismo. –Rió Wallace con gracia.
-Sabes que no me refiero a su color de piel o su etnia. –Dijo Nayru dándole unos golpecitos al papel. –Es muy peligroso ponerle a él de asistente para la pequeña Saku.
-Ya lo se. –Dijo Linkaín serio. –Sin embargo, creo que será una buena idea ver cómo Saku se desenvuelve con él.
-Pero… ¿No podías haber elegido alguien más gris? Hay varios cazadores, incluso algunos hechiceros que hace poco consiguieron el uniforme gris. –Preguntó ella, y acto seguido, tomó a Saku del brazo. –Anda, siéntate ya.
-Ah… si… –Y la monja se sentó completamente roja.
-Es demasiado blanca. –dijo Linkaín. –Podríamos decir que incluso es más blanca que cuando nos conocimos tu y yo, Nayru. Así que imagínate lo que te estoy diciendo.
-Bueno… Pero sigo pensando que debería tener a alguien más neutral.
-Terapia de choque. –Dijo Säbel. –Para ambos.

Nayru abrió la boca, pero no habló. Se tomó la barbilla con la mano y se puso pensativa, y poco después asintió.

-Si, de acuerdo. Tienes razón… Sin embargo, creo que debería estar alguien neutral para calmarlos.
-Gamasan se puede encargar de eso. –Dijo Pixy. Saku se fijó en que estaba seria, algo poco normal en ella desde que la conoció, incluso llamaba a Gami con un nombre más largo. –La última misión que hice la puedo redactar yo perfectamente, y salvo las reuniones y algunas tareas que tenemos, el resto del día puede estar para controlar la situación entre los dos.
-Gamasan. ¿Tú que opinas? –Preguntó Linkaín mirando al chico del gorro de lana.
-Por mi no habrá problema. Últimamente mis tareas han sido más bien suaves, salvo algunos informes propios, pero eso igualmente puedo hacerlos en el rato en el que vigilo a los dos. –Comentó Gami. Saku no entendía como se habían puesto en un plan tan serio cuando minutos antes estaban todos de broma.
-Entonces perfecto. –Dijo Linkaín. –El siguiente punto a tratar es sobre el nacimiento del Espíritu de las Flores. Wallace, ¿alguna novedad?
-Nuestros informadores nos han dado las pistas de que el asentamiento que escolta al espíritu estará cerca de la cordillera de los Vosgos, en Francia. –Wallace se levantó con unos papeles para hacerse notar. Todos lo miraron a él. –Sin embargo, no está todo sabido sobre el día en el que dicho espíritu nacerá, pues dicen algunas investigaciones de que nacerá la semana próxima, pero no están verificadas.
-Tendremos el tiempo suficiente para preparar un grupo para protegerlos. –Dijo Zelcia con su voz pausada. –De momento, no tenemos muchas más informaciones.
-Me parece perfecto. –Contestó Linkaín.

Saku intentaba seguir el ritmo de la reunión. Estaba totalmente descolocada, pues aquel ritmo tan serio no casaba con el tipo de personas que había conocido en ese instante. Pixy y Smooky habían dejado sus facetas siniestras, mientras que Linkaín había perdido su característica sonrisa burlona… Sin embargo en cuanto empezaron a hablar sobre “espíritus” se puso alerta. Estaban hablando de seres demoníacos como si fuera lo más normal del mundo en ellos, y además hablaban de protegerlos. ¿Acaso no veían que así lo único que conseguían era ayudar al ángel caído?

-Disculpen. –Dijo seria la monja, y los demás callaron. –Pero no puedo evitar escuchar que dicen que van a proteger a un espíritu… ¿Se refieren a un espíritu pagano?
-Así es. –Contestó Wallace. –El Espíritu de las Flores del que hablamos es, a todas luces, lo que los Blancos de la Iglesia llaman “Espíritu Pagano”. Es un antiguo espíritu que controla las estaciones de crecimiento de las flores y, junto a su igual, el Espíritu de la Vegetación, hacen crecer toda la flora de varias regiones.
-Sin embargo, si un solo Espíritu de las Flores o de la Vegetación muriera, el equilibrio en el crecimiento se vería afectado. –Explicó Smooky sumamente serio. –También afectaría a la Tejedora, ya que la haría más poderosa, y a la vez, la naturaleza perdería energía.
-Pero… Los espíritus paganos solo afectan negativamente a este mundo. –Dijo extrañada Saku. –Es decir, son creaciones del diablo para tentar a los buenos creyentes.
-Se nota que eres una recién llegada de una iglesia… -Dijo suspirando Nayru. –Querida, no es así para nada. Tienes mucho que aprender. Dios creó muchas cosas, pero los Espíritus de la Naturaleza son necesarios en realidad.
-Pero si lo fueran… ¿Por qué van en contra de la creación de Dios? –Preguntó cada vez más contrariada la chica. -¿Por qué no ayudan a Dios?
-Me parece que ya te lo conté, Saku. –Dijo Zelcia cruzando las manos encima de la mesa. –Todo ente sobrenatural, ya sea espiritual, mágico o místico, es simplemente llamado “demonio” por la Iglesia. O, como tu bien has puntualizado: Espíritu Pagano.
-Además, nadie dice que vayan “En contra de la creación de Dios”… si es que fue él quien creó el mundo, claro. –Secundó Smooky a la pelogris. –Un espíritu de la naturaleza ayuda a la naturaleza… Por lo tanto, le quita trabajo a cualquier Ente Divino que esté al cuidado de esa zona.
-Un solo Ente Divino, como es Dios, no tiene la potestad ni el poder suficiente de controlar todo el universo. –Dijo Shadow con su tono firme. –Por eso existen los espíritus, muchacha.

Saku se quedó callada. No podía creer que fueran a proteger a un espíritu pagano… Pero su misión era clara, debía ver sus procedimientos.

-¿Tienes alguna otra pregunta? –Preguntó Zelcia a la monja.
-No… lo siento, no quería ser maleducada…

Asintieron. El resto de la reunión fue más o menos amena. Informaron sobre el ataque en el concierto de música de Guilty Sky, dando una cifra sobre el número de entes vampíricos que abatieron, y el número de soldados de Dios que tuvieron que silenciar. También escuchó como Pixy explicaba la misión en la que estuvo, pero no prestó mucha atención pues en ese momento se fijó un poco más en todos los presentes.

Cada uno tenía algo que los representara, ya fuera un detalle o un objeto. La primera en quien se fijó fue en Nayru, a su lado. Llevaba en su mano un rosario de cuentas con una cruz pequeñita en la mano, y en sus orejas llevaba unos pequeños pendientes de cadena con una cruz en cada uno, totalmente plateadas. Delante de ella todo estaba perfectamente ordenado: El papel en un lado, las fotos en otro, los lápices ordenados por color y grosor, la carpeta colocada correctamente detrás de las hojas. Parecía totalmente ordenada, y si algo cambiaba de sitio por una ráfaga de aire o por un movimiento de la mesa, ella inmediatamente lo colocaba en su sitio.

El siguiente en el que se fijó fue el que seguía a Nayru: Drako. A veces tenía un movimiento característico de alguien que tiene el cabello largo, pero su corto pelo le hacía quedarse quieto y rascarse la cabeza muy de vez en cuando. Llevaba un pendiente en el oído izquierdo que no se había fijado hasta ese momento la monja, pero no podía distinguirlo desde donde estaba, y parecía que tenía algunas cicatrices en la cara y una cadenita en el cuello.

El siguiente era Smooky, el cual no dejaba de golpear la mesa con uno de sus dedos. Extrañamente, al fijarse en sus manos, Saku vio que sus uñas eran muy largas… demasiado para tratarse de un hombre o incluso de una mujer, y todas acababan en punta. Se le veía nervioso, activo, pero controlándose para no retrasar la reunión.

Al lado de Smooky se encontraba Wallace. Hasta ese momento Saku pensó que lo había imaginado, pero desde que se sentó había una baraja de cartas al lado de sus papeles y carpetas. De vez en cuando las barajaba y miraba la primera, pero siempre la dejaba cuando le dirigían la palabra, siguiendo el ritmo de la conversación. A la vez llevaba una cruz grabada en una especie de agarre para el nudo de su capa.

La siguiente era Zelcia. Al igual que el día anterior, se mantenía seria y serena, pero no dejaba de cruzar las manos o los brazos. Saku notaba por su cara que estaba en una posición problemática, como que aquel lugar era muy pequeño para ella, También le vio un símbolo extraño pintado en la palma de la mano, parecido a un número tres y una letra eñe con gorro… No lo había visto nunca.

La chica que parecía ser la asistente de Taanis, Eratia, estaba al lado de Zelcia. Apuntaba todo lo que se decía en la reunión, y lo hacía de manera directa, sin detenerse ni para respirar. No la veía bien, pero pudo verle que en las muñecas tenía cicatrices que parecían como si les hubiera cosido las manos a los brazos.

El rubio Taanis era, dentro de lo que había visto, uno de los más normales en ese grupo. Al llegar había abierto un libro y no se había despegado de él hasta que llegó Shadow, y en ese momento lo acariciaba como si fuera un peluche o un pequeño animal. Llevaba varios tipos de anillos en los dedos, y una pulsera con varios símbolos extraños que no llegaba a ver desde ahí.

Pixy… bueno, Pixy seguía inquieta, moviéndose hacia delante y hacia atrás todo el rato. En la habitación no se fijó mucho por sus ganas de dormir y sus constantes intentos de alejarse de la pelirroja, pero ahora veía como se retorcía las manos o se mordía las uñas. En las palmas, de vez en cuando, podía verse una sombra rojiza, como si tuviera una herida que no sangrara.

Por su parte… cuando se fijó en los tres siguientes, Säbel, Shadow y Linkaín en ese orden, encontraba que se complementaban los dos gemelos y que Shadow solo observaba y daba pocas instrucciones. No actuaba como un líder, ese papel lo dejaba en manos de los gemelos. Tal como le había dicho la noche anterior, las órdenes de Shadow eran absolutas, pero cuando no las daba él, las daban los otros dos. Linkaín era el que hablaba por los dos, pues Säbel solo decía unas pocas palabras. Lo que si llegó a fijarse fue que cuando hablaban los otros, ambos se quedaban callados, y a veces parecía como si el chico asintiera sin que nadie le dijera nada. Además, se fijó por primera vez en que ambos llevaban un anillo. No los llegaba a distinguir bien, pero Linkaín lo llevaba en la mano izquierda y Säbel en la derecha. Por su parte, Shadow prescindía de cualquier tipo de alhaja o complemento. Su semblante no cambiaba en ningún momento.

Y por último llegó a Gami, el cual se sentaba al lado de Linkaín. Le parecía que de vez en cuando, bajo el gorro, algo se movía, pero no le daba mucha importancia. Sus ojos eran de un marrón cercano al chocolate, y a veces movía la cabeza hacia los lados, como siguiendo un partido de tenis sin que hubieran más espectadores. Su corbata negra estaba desanudada, y apuntaba de vez en cuando algunas notas.

-Bien… -Dijo de repente Shadow, colocando las manos sobre la mesa. –Ahora que ya nos hemos puesto al corriente, quiero que me escuchéis bien. Últimamente ha habido muchos movimientos, tanto de Blancos como de Negros. No actuéis a la ligera, e informad de esto a todos vuestros contactos.

Todos asintieron. Saku solo podía imitarles.

-Bien… Se levanta la sesión de hoy. –El líder de los Guerreros Grises se levantó y, como un resorte, todos los demás lo imitaron.
-Bien, Saku. –Dijo Nayru con una sonrisa. –Creo que lo primero que debes hacer es ver a Senzo.
-¿Senzo? –Preguntó la monja. -¿Es ese hombre bajito con barba tan maleducado?
-Si, ese mismo. –Dijo sonriente la de gafas. –Él te proporcionará algo de equipo.

Saku acompañó a Nayru mientras el resto empezaba a hablar de sus propios planes. Cuando salieron de la sala de reunión, la monja se dio cuenta de que estaba a solas con la mujer.

-Disculpe, señorita Nayru…
-Llámame Nayru a secas. –Dijo la interpelada. –Mientras no me llames “mamá” como algunos graciosos, todo irá bien.
-Bien… Pues… ¿Qué papel tiene cada uno de los que estaban en la reunión hoy?
-¿Papel? –La de gafas apretó el botón del ascensor y la miró extrañada. -¿Te refieres a qué hacen aquí?
-Si, así es.
-Bueno… -Nayru se cruzó de brazos, pensativa. –Algunos de ellos, tales como Wallace y Zelcia, se encargan de las estrategias y del trabajo de planificación… Muchos de los demás somos guerreros de campo, como Smooky o Drako. –El ascensor se abrió y ambas entraron. La de gafas apretó la última planta. –Otros, como yo misma, nos ocupamos de heridas y exorcismos.
-Guerreros de campo… ¿Son luchadores?
-Si, así es. Otros preparan hechizos y sellos para luchar. –Nayru se rascó un momento detrás de la oreja y la miró. –Tu tienes un gran potencial mágico. Puede que Taanis te pudiera enseñar algo.
-Yo no uso magia. –Reiteró Saku de nuevo. Era la segunda vez que la comparaban con los brujos. –Yo uso mi Don de Dios.
-Cariño, el Don de Dios es una mentira. –Contestó Nayru suspirando. –Eso es lo que se les dicen a los novicios que entran a estudiar magia en las iglesias.

Saku abrió los ojos mucho, pero no dijo nada. Parecía que algo sabía esa mujer sobre los enseñamientos de la Iglesia.

-Lo que tú llamas “Don de Dios” –continuó la de gafas. –es simplemente poder mágico. Los poderes divinos, o el auténtico “Don de Dios”, solo pueden usarlo los ángeles.
-¿Cómo sabe usted eso? –Dijo la monja, algo enfadada.
-Oh, es simple. –La campanita sonó y las puertas se abrieron. –Porque yo sí puedo usar el Don de Dios.

La hizo avanzar hacia el interior de la planta con una mirada completamente estupefacta, la cual cerró los ojos por el fuerte olor a metal fundido, a ceniza y a sudor que había en el interior de aquella planta. Intentó mirar, y se encontró una gran sala en la cual habían cientos… puede que miles de estanterías con diferentes tipos de armas amontonadas, todas envueltas en su vaina. Espadas, lanzas, bastones, hachas… había de todo tipo, y todas parecían despedir un aura mística. En el centro de la habitación había una enorme mesa de trabajo con diferentes tipos de moldes. El suelo estaba cubierto de paja la cual ocultaba discretamente la piedra oscura que pisaban. Al fondo de la enorme sala se podía ver una gigantesca chimenea con un poderoso fuego en la parte más baja, acompañado de un banco de trabajo con una silla y varias herramientas encima, y un hombre bajo golpeando algo con un martillo y gritando obscenidades.

-Esta es la última planta de Gryphon, la herrería de Senzo. –Nayru miró a Saku con una sonrisa mientras caminaban, sorteando de vez en cuando algún libro o botella de licor tirado en el suelo. –El bueno de Senzo es nuestro experto en herramientas.
-… y si sigues quejándote. ¿Dónde vas a acabar? –Gritó en ese momento Senzo dando otro golpe que sonaba a metal. –En Asgard las espadas no lloran por esto, coño ya.
-¿Está loco? –Preguntó Saku tímidamente.
-No, puede escuchar el espíritu de las armas. –Contestó la de gafas, y cuando estuvieron al lado del hombre, le tocó el hombro a este. –Senzo. ¿Tienes un minuto?

El barbudo se giró, dejando ver que en las manos enguantadas llevaba unas tenazas, sujetando la hoja de una espada al rojo vivo, y en la otra un poderoso martillo de plata. Sonrió a la mujer.

-Por Freya, si es Nayru. –Se giró a un cubo de agua y metió la hoja en ella, dejando salir una gran nube de vapor. –Vale, te dejaré descansar un rato, pero luego seguiré contigo.

Acto seguido, Senzo dejó la hoja húmeda encima de un banco de trabajo al lado de la enorme chimenea y soltó las tenazas a su lado, junto al martillo. Se sacó los guantes, tomó un trapo algo sucio que había encima del banco y se empezó a secar la sudorosa cara. Las miró.

-¿Qué puedo hacer por ti, querida? No me dirás que se te ha roto esa espléndida cruz sagrada que te hice. ¿Verdad?
-Oh, no, Senzo… Vengo para ver si puedes proporcionarle algo a esta muchachita. –Dijo con una sonrisa la morena mientras acercaba a Saku un poco más.
-Oh, pero si es la niña que iba ayer con Linkaín. –Exclamó el barbudo soltando una risotada. –Aquella que no sabe aceptar bromas.
-Esas bromas son de muy mal gusto. –Dijo la monja enfadada. –Pero soportaré su mala educación solo porque Nayru lo hace.

Senzo soltó una fuerte carcajada y dejó el trapo encima de la silla. La miró y extendió la mano.

-Déjame ver qué usas para luchar, muchacha.

Saku lo miró extrañada, y miró a Nayru. Esta solo asintió. La monja sacó el pequeño cilindro y, con un movimiento rápido, lo extendió para formar su báculo. Se lo dejó en la mano al barbudo, el cual inmediatamente resopló.

-Bah, menuda porquería. –Dijo y empezó a pasarle los dedos por el asta. –Oro y plata… Y agua bendita… Agua escupida, diría yo. –hizo un par de movimientos como si el báculo fuera una maza, y después lo lanzó por encima de su hombro con desprecio. -¡¿Cómo puedes usar algo tan mierdero, ostia?!

Ante el grito, la monja se apartó un poco asustada.

-Pero… pero…
-Senzo, tranquilo. –Dijo Nayru apoyando su mano encima del hombro del herrero. –Es una novata. ¿Recuerdas?
-Pero muchacha, esta niña tiene un báculo de entrenamiento de mierda. –Explicó Senzo girándose y recogiendo el báculo de Saku. –Sin alma, sin espíritu, hecho en serie, sin haber sido forjado por un experto o un artesano… Me entristece saber que esto ha sido usado sin alma.
-Yo… Yo he usado ese báculo toda mi vida y… siempre me ha dado buenos resultados… -Soltó con una vocecilla Saku, tomando el brazo de Nayru como si fuera un pilar defensor.
-Esto tiene manufactura eclesiástica. –Dijo el herrero dándole una y otra vuelta al arma. –Es típico de los Blancos. Les das una forja y se creen sabedores del artesanado supremo. ¡Pues que les jodan! –Y en un arranque de furia, lanzó el báculo a una pila de armas que estaban rotas o maltrechas.
-¡Mi báculo! –Gritó Saku, pero no se atrevía a soltarse de Nayru.
-¡Ese ya no es tu báculo! –Dijo enfadado Senzo mientras caminaba hacia el fondo de la sala. -¡Seguidme!

El herrero, furioso, las condujo hacia una de las enormes estanterías, mientras que Saku se agarraba fuertemente a Nayru. Esta tan solo sonreía mientras observaba como el barbudo rebuscaba entre algunas armas envueltas en sábanas sucias. Saku se fijó entonces que en el brazo de ese hombre había un tatuaje azul con la forma de una letra T, como si fuera una cruz sin el rabillo más alto, pero invertido y con varias letras que parecían paganas en su interior.

-El señor Senzo tiene un tatuaje que no me gusta nada… -Dijo en voz baja a Nayru. –Parece una cruz invertida, y eso es símbolo de satanistas. Deberíamos ir con cuidado con él.
-Eso no es una cruz cristiana, Saku. –Explicó Nayru colocándose las gafas bien mientras Senzo sacaba una daga y, al lanzarla, se clavó en la estantería al lado de ellas. –Eso es el símbolo del Martillo de Thor.
-¿El Martillo de Thor? –Saku, extrañada, repitió lo que dijo la de gafas. –Pero esa religión es una religión pagana sobre los falsos dioses nórdicos.
-Cuidado con lo que dices, niña. –Dijo Senzo sacando de debajo de una lona una larga maza. –No consentiré que insultes a mis dioses, y mucho menos a mi familia. –Examinó la maza y la lanzó por encima de sí, cayendo en la estantería de detrás.
-Senzo es un enano. –Dijo Nayru ante la extrañada mirada de la chica. –Se crió en Asgard, la ciudad de los Dioses Nórdicos, y sus padres eran… pues eso, dioses.
-Pero… La religión nórdica se extinguió. –Contó Saku mirando como Senzo sacaba un paquete nuevo. –Fue abolida por la Iglesia.
-Corrección. –Dijo Senzo sentándose en el suelo. –La Iglesia intentó acabar con nosotros, pero por Odín que los enanos de Asgard somos mucho más peligrosos cuando nos rodean que cuando nos tutean.

Abrió el paquete y sacó de su interior una maza bellamente hecha con metales que parecían plata y bronce, con símbolos de aves alrededor de la esfera que coronaba el mástil, el cual brillaba con tonos rojizos por el bronce, y en su interior se podía observar, a través de las pequeñas columnas de metal cobrizo, una pequeña esfera plateada.

-Todo objeto tiene un alma. –Dijo Senzo levantándose con la maza en sus manos. –Todo ser, vivo o no vivo, material o inmaterial, tiene un alma dentro de sí que lo hace único. Los Blancos lo llaman “Objetos Poseídos”, sin embargo, cuando un objeto pierde su alma, pierde sus capacidades mejorativas.
-¿Mejorativas…? –Preguntó extrañada la monja.
-Se refiere a que ese arma no puede volver a crecer. –Nayru se colocó sus gafas de nuevo. Cada vez bajaban por el puente de su nariz más rápido por el sudor que le producía estar en la fragua. –Pierden la capacidad de ser más poderosas.
-Pero los espíritus… Deben descansar. –Dijo Saku extrañada. –Y los malos espíritus deben salir de este mundo.
-No todos los espíritus son blancos o negros, niña. –Dijo el enano colocándose delante de ella. –Hay muchos que lo único que quieren es proteger a la gente. Como este pequeño.
-Esa maza… ¿También está poseída? –Preguntó asustada Saku.
-Un arma poseída es diferente a un arma espiritual. –Explicó Senzo con tono catedrático. –Un arma poseída te jode la existencia, un arma espiritual te ayuda en todo. Tu báculo de entrenamiento no tenía un alma, por lo que impedía que tus habilidades crecieran junto con tu potencial. Este pequeño estoy seguro de que te ayudará a crecer y… ¿Quién sabe? A lo mejor te vuelves una gran Guerrera Gris.

Saku miró un momento a Nayru, y esta solo le asintió con cara cansada. Aquel sitio tenía demasiada temperatura para la ropa que llevaba la de gafas, la cual se había desabrochado un par de botones de la chaqueta para que algo de aire fresco entrara. Saku se acercó al enano y miró el nuevo báculo que le tendía. Lo tomó en sus manos, y como por arte de magia empezó a escuchar un pequeño maullido. Miró por todas partes con el báculo en las manos, pero no vio nada.

-¿Lo oíste? –Preguntó Senzo con una sonrisa.
-Ha sido como… un “miau”… -Contestó la monja mirando extrañada al enano.
-Bien… ¡Bien! –Dijo alegre el barbudo, dando una palmada. –Esto es muy bueno. Si, realmente bueno. Has podido escuchar el alma de tu nueva arma a la primera. No todos lo hacen. ¿Sabes?
-¿Es eso… bueno…?
-Por supuesto que si. –El herrero golpeó unas cuantas veces el brazo de la chica, casi empujándola contra la Guerrera Gris. –Eso significa que estará a gusto contigo. Ese báculo está hecho de una mezcla de bronce y mineral de hierro, junto a plata pura y un núcleo místico hecho con una pata de nekomata. El alma de ese gato de dos colas está dentro de tu báculo. Será tu amigo si lo tratas bien.
-¿Una… pata…? –Dijo asustada al mirar el báculo. No le hacía mucha gracia.
-Si. Todos los núcleos de armas tienen algún tipo de forma física. La cruz sagrada de Nayru, por ejemplo, tiene un núcleo hecho con madera y savia de un árbol milenario japonés, mientras que su forma física está hecha de plata y platino puros. –El enano comenzó a caminar otra vez hacia la fragua, seguido de ambas chicas. –Hay armas especiales, como las armas de esos gemelos, o las cartas del niñato, pero en esencia todas tienen su núcleo… y su alma.

Saku asimilaba esa información poco a poco. El poder del alma era muy grande, lo sabía, pero nunca había pensado que se pudieran engendrar dentro de los objetos.

Senzo se colocó de nuevo los guantes y miró a las dos chicas.

-Muchacha, usa ese báculo, ha de acostumbrarse a ti poco a poco…
-¿No querrá decir que yo debo acostumbrarme a él? –Dijo la muchacha extrañada.
-Se muy bien lo que he dicho, niña. –El enano caminó hacia un mueble que había cerca y lo abrió. Resultó ser una nevera de la cual sacó una botellita de cerveza, la abrió con los dientes y bebió un largo trago. –Cuando el báculo se haya acostumbrado a ti, tú te acostumbrarás a él.
-Creo que es hora de marcharnos, Saku. –Dijo Nayru abanicándose con la mano. –Hemos robado mucho tiempo a Senzo. Muchas gracias amigo mío.
-De nada, preciosa. –El enano dejó la cerveza encima de la nevera y tomó el martillo de plata. –Volved cuando necesitéis mi ayuda.

Nayru literalmente empujó a Saku hacia fuera con su báculo en las manos. La chica trotaba detrás de ella con una gran mirada de interrogación, y cuando entraron en el ascensor, la de gafas se quitó las mismas y se secó el sudor con un pañuelo.

-Es un gran hombre, pero está tan acostumbrado a la fragua que no sabe cuando hay gente que no aguanta altas temperaturas. –Explicó la chica de cabellos negros mientras se pasaba el pañuelo por el cuello. Saku se fijó en que tenía algunas marcas parecidas a cicatrices.
-Ahora… ¿Qué vamos a hacer? –Preguntó la monja.
-Vamos a conocer a tu asistente. El día de hoy será exclusivamente en conocer lo máximo que puedas sobre nosotros. –Dijo Nayru mientras se colocaba las gafas de nuevo y apretaba el botón del quinto piso. El ascensor se movió inmediatamente.
-Tengo una pregunta. –Saku miraba a Nayru mientras se volvía a abrochar la chaqueta. -¿Qué significa lo de que tengo el uniforme blanco?
-¿Cuántas veces te lo han dicho?
-Ya he perdido la cuenta.
-Ya veo… -Nayru sacó de su bolsillo una pequeña libreta, no más grande que su mano, y la miró un momento. Luego volvió a guardarla y miró a la novicia. –Verás, aquí en Gryphon hay, por así llamarlo, clases de personas. Tú estás en la clase “Muy Blanco”.
-Pero eso no significa que pueda la gente decirme que soy “muy blanca”.
-Al contrario. Eres muy blanca. –Rebatió la pelinegra. –Los que tienen el uniforme blanco con corbata azul son los que vienen de lugares como Iglesias, orfanatos eclesiásticos… gente con mucha fe en el Dios cristiano. ¿Me entiendes?
-No del todo… ¿Es por eso que la gente dice que no se nada?
-Algo así. –Nayru le acarició la corbata azul a Saku. –Pero no es solo a ti. Aquellos que tienen el uniforme de clase “Muy Negro” también están igual que tu. Tanto tú como ellos pensáis que vuestra religión es totalmente positiva, que son lo más de lo más, que no hay que llevar la contraria a esos mandatos. Por eso tenéis esos uniformes.
-Entonces… ¿Por qué hay gente que tiene uniformes grises, como Gami o Senzo?
-Porque ellos abrieron su mente y aceptaron que sus creencias son una más en todo el basto océano de religiones, y que no son las únicas. –Las puertas se abrieron mostrando un largo pasillo con muchas puertas.

Saku y Nayru entraron en la planta, y la novicia podía ver un cartel que ponía “Quinto Piso: Salas de Reunión de Gryphon”. Cuando las puertas se cerraron, algunas personas con distintos uniformes salían y entraban de distintas puertas.

-Entonces, eso significa que este lugar tiene distintos tipos de gente. –Dijo Saku mirando algunos con ropas de ambos colores y también grises. –Lo que no entiendo es porqué me han tratado como una ignorante.
-Saku… -Nayru la miró un instante. –Aunque te duela, eres una ignorante. Has sido educada por unos fuertes muros como son los de la Iglesia, o los cultos más cerrados. No os han enseñado que hay algo más fuera de vuestra religión, ni que esas otras religiones o entes son necesarios. Y como pasa siempre, en todas las religiones hay una gran falta de información… por eso algunas personas te tratarán como una ignorante. Pero no les hagas caso, esas mismas personas te enseñarán lo que no entiendes.

Saku se enfurruñó un poco mientras seguía por un pasillo a Nayru, pero en cierta medida, empezó a pensar en lo que le había dicho. En cierta medida, en la reunión se lo explicaron, que los espíritus paganos eran necesarios, que ayudaban a Dios… ¿No habían dicho que había más de un Dios? Entes Divinos los habían llamado ellos.

Sus pensamientos se truncaron cuando Nayru la detuvo delante de una de las puertas. La de gafas picó a la madera y la abrió.

-¿Metal? Sal un momento, por favor. Tenemos que tratar un asunto.

Se escuchó desde dentro ruido de sillas y después pasos. Después, Nayru se apartó para dejar paso a un muchacho bastante alto, con la tez morena y los ojos algo cerrados. Sus cabellos eran algo alborotados y negros. Llevaba un uniforme negro con una corbata roja.

-Dígame doña Nayru. –La voz de Metal era cansada, como si llevara todo el día haciendo tareas.
-Ven, hemos de hablar en privado. –Nayru cerró la puerta y empezó a caminar con ambos detrás de ella.

La puerta más cercana fue abierta por la de gafas, dejando ver una pequeña sala de reuniones vacía con una mesa circular no muy grande con unas pocas sillas a su alrededor. Saku entró y se sentó sin decir una sola palabra, y Metal la siguió con la misma expresión de cansancio en la cara. Nayru cerró la puerta y se sentó delante de ambos y sonrió.

-Metal, te presento a Saku. Es una nueva integrante de los Guerreros Grises. Está en formación y necesitamos que seas tu quien le asista.
-¿Me está pidiendo que sea asistente de una futura Guerrera Gris? –Preguntó el moreno perdiendo por un momento su semblante cansado.
-Así es. Serás ascendido a asistente, y además, deberás explicarle más o menos lo que debe hacer. Aunque la mayoría de cosas se las enseñaré yo misma, pero para cuando yo no esté, tú deberías explicarle todo.
-Bueno… no hay problema… -Se giró a Saku con su semblante cansado de nuevo. –Espero que nos llevemos bien, doña Saku… Aunque veo que lleva el uniforme blanco. ¿Religiosa?
-Completamente. –Dijo mordaz la chica. –Pero veo que tú tienes uniforme negro. Eres pagano. ¿Verdad?
-No, soy religioso también. –Dijo Metal levantándose. –Soy de la religión del mejor amigo de su Dios, doña Saku.
-¿El mejor amigo…?
-Claro. Pero ya se lo contaré en otro momento. Iré a preparar mis cosas. Asumo que cambiaré de habitación. ¿Verdad?
-Asumes bien. –Dijo Nayru mirando un reloj en su pulsera y levantándose también. Saku la imitó. –Pide en recepción la llave de tu nueva habitación, y múdate allí lo antes posible. Saku –empezó a caminar en dirección a la puerta mirando a la monja. -, debemos irnos. Yo tengo una misión, y tú deberías conocer algo de las instalaciones.

Saku solo asintió algo asqueada con su nuevo asistente. No le había dicho nada que le gustara, y además… ¿Qué era eso de la “religión del mejor amigo del señor”? No lo entendía, la verdad. Salieron al pasillo, y Metal solo hizo una burlesca reverencia y se marchó por otro corredor, mientras Saku y Nayru se dirigieron al ascensor. Mientras esperaban, la de gafas tomó el báculo de la monja, que seguía sujetándolo como si la vida le fuera en ello, y lo plegó como su vieja arma.

-Gracias, Nayru… -Dijo la chica tomándolo de nuevo.
-De nada. Iré a la planta baja para dejarte, porque yo tengo que ir más abajo aún.
-¿Cómo haré para identificarme?
-Tu aura lo hará. –Las puertas se abrieron y ambas entraron. Nayru apretó el botón de la planta baja. –Te dejaré abajo. Si necesitas cualquier cosa, puedes preguntarle a cualquiera, pero si estás muy apurada, puedes ir al nivel ocho, que es la zona de relax, donde estará Wallace, o al nivel catorce, donde estará Linkaín en su oficina.

La muchacha asintió y miró en el justo momento en el que las puertas volvían a abrirse, dejando ver aquel hall de todas las tonalidades de grises y toda esa gente caminando de arriba abajo.

-Aquí te dejo, Saku. –Nayru la empujó hacia fuera. –No estás aún autorizada para ir a los pisos que yo voy, así que tendrás que espabilarte un poco tu sola.
-Vale… Nos veremos después. –Dijo la monja con una sonrisa, y la de gafas desapareció detrás del ascensor.

Empezó a caminar por la enorme recepción de Gryphon. Aquí y allá empezaba a notar aquel cosquilleo que le prevenía de posibles demonios o enemigos, pero era tan suave que parecía que hubiera algo que lo filtrase, así que pensó que sería una buena idea fijarse en cómo eran las personas que allí estaban.

Se fijó en que había muy poca gente que vistiera los uniformes de Gryphon. La gran mayoría vestían de paisano, sin embargo, eso no engañaba a Saku. Cuando pasó al lado de una pareja cerca de la barra de bar, escuchó claramente como la mujer pedía “AB negativo” y le daban una copa de un líquido rojizo que a todas luces era sangre. ¿Qué lugar era ese? Había visto herejes, seres demoníacos que aseguraban ser dioses como Senzo, vampiros, templarios, exorcistas… Y por alguna razón sabía que no estaba fuera de lugar, que todo aquello formaba una especie de conjunción y encarnaba una especie de hermandad entre todos.

Algo la hizo girarse hacia la entrada de la sede de Gryphon. Un destello rojo bajo un manto violeta hizo que su atención se centrara en aquella mujer. Llevaba una capa larga violeta a juego con un sombrero muy grande acabado en pico algo caído y de grandes alas del mismo color… una ropa que parecía la de las brujas de la edad medieval. Lo único que se podía observar debajo de la capa era un par de botas blancas bien pulidas. Empezó a caminar hacia delante, y Saku sintió como los ojos esmeraldas de ella se fijaban un momento en ella.

-Todavía no ha llegado esa festividad pagana de Halloween… Falta mucho para los disfraces. –Pensó en voz alta la monja, y se acercó un poco.

Vio como la mujer de la capa violeta se acercaba a la recepcionista y esta le preguntaba su motivo por la visita, y la mujer se quitó el sombrero, dejando caer una cascada de cabellos que llegaban hasta sus caderas.

-Buen día. –Miró con una sonrisa a Misao, la recepcionista. –He venido a dejar un importante para Maese Arakeist… mi nombre es Zeldas.
-En estos momentos el señor Arakeist está en una reunión matutina. –Contestó la muchacha. –Pero si hace el favor de esperar…
-Yo puedo acompañar a la señorita. –Dijo de repente Saku. Al menos, quería empezar el día con una buena acción. Se acercó casi corriendo a ambas. –La reunión acabó hace poco, y puedo acompañarla, si a ella no le molesta.
-En absoluto. –dijo con un deje de voz la recién llegada volviéndose a la joven emitiendo una leve sonrisa. -¿Con quién tengo el placer? –Y levantó su mano derecha algo morena por el sol para ofrecérsela a la monja. –Yo soy Zeldas de Ceres.
-Oh… siento mi mala educación. –Estrechó la mano Saku mientras soltaba una sonrisa tímida. –Yo soy Saku Zelda Sheikav. –Y al decir su nombre, notó como algo le recorría el cuerpo, como una corriente eléctrica, y separó la mano con un poco de miedo, pero sin dejar que se mostrara en su cara.
-Interesante, una monja. –La pelirroja sonrió con cierta satisfacción al ver el rostro de Saku y, mordiéndose un poco los rosados labios, empezó a caminar con lentitud. –Mucho gusto en conocerte, Saku.

Sin esperar más, se encaminó a los ascensores. Saku dio un respingo y se colocó a su lado en el momento en el que escuchó como la mujer susurraba algo.

-Hoy no tendré mala compañía mientras voy a ver a Linkaín.

Saku apretó el botón, y con la curiosidad pintada en su rostro se giró a Zeldas.

-¿A que se refiere?
-Perdona, a veces no me se explicar. –Se disculpó la pelirroja mientras se tocaba la cara con una mano. –Me refería que es la primera vez que alguien me conduce de forma tan amable, aunque no me debería extrañar de una chica religiosa… -La miró con esos ojos esmeralda que tanto empezaban a incomodar a Saku. –Es la primera vez que veo una en estos lares, y más que tenga contacto con Linkaín.
-Bueno… yo creo que él es un buen siervo del Señor… -La chica bajó un poco la mirada para evitar ver esas dos esferas verdes. –Aunque no lo parezca, tiene un buen corazón, pero eso no quita que sea un descarado… Se presentó ante mí y ante su hermana sin una camisa que pudiera tapar su torso en la habitación donde dormimos la noche en que decidieron dejarme venir… -Se puso colorada al recordar aquel evento. Todavía tenía que preguntarle el porqué hizo aquello. -¿Cómo puede dejarse ver así?
-Oh… Veo que simpatizaron rápido contigo… -Zeldas alzó las cejas inquisitiva y reprimiendo una risita. –Algo natural, muchacha. No debió sorprenderte si has leído tanto la Biblia y visto las obras de arte que retratan a Adán con su tercera esposa totalmente desnudos.
-Pero eso es distinto. –Contestó Saku mientras las puertas del ascensor se abrían. Salieron varias personas y, a la postre, entraron solas. –Adán y Eva estaban en el paraíso terrenal, donde la pureza era perfecta… Además, eran esposos, no extraños.
-Aún así, los mirabas. ¿Verdad? –Respondió con una sonrisa la mujer de la capa mientras buscaba el panel de botones.

Saku se puso tan roja que ni el fuego podría rivalizar con ella, y se giró al panel para apretar el botón del piso catorce.

-Ese no es el caso… -Saku vio cerrarse las puertas, y miró un momento a la mujer. -¿Por qué dice que es la primera vez que ve a una mujer religiosa aquí? Admito que hay alguna manzana que intenta pudrir el cesto, pero muchos aquí son devotos… -Su tono de voz fue menguando más y más hasta hacerse un susurro en la última frase.
-¡Ye in teteoé Quetzalcoátl! –Exclamó Zeldas en una extraña lengua a la monja y, ya poniéndose seria, dijo en voz baja más para ella misma que para la chica. –Será que antes no frecuentaba mucho este lugar… además, digamos que los religiosos no suelen ser tan amables conmigo, prefieren evitarme… y yo a ellos. –La miró un segundo y le guiñó un ojo mientras apretaba su puntiagudo sombrero sobre su pecho.

Saku, extrañada por las contestaciones de la mujer, no supo como continuar la conversación, así que bajó su mirada. Se encontró con el cubrecabeza de Zeldas y sonrió.

-¿Por qué se pasea con ese sombrero, señorita de Ceres? Todavía es pronto para que las fiestas paganas que adoran disfrazarse de otras personas hayan empezado, y podrían confundirla con una loca, o peor aún, con una bruja.

La pelirroja abrió los ojos con sorpresa, y una pequeña sombra de ternura mezclada con lástima cruzó su rostro. Cuando abrió la boca para contestar, sonó la campanilla del ascensor, indicando que habían llegado a su destino.

-¿Una bruja…? –Susurró un momento, y sonrió. –Por la diosa Xóchitl, probablemente Linkaín me dirá lo mismo al verme con este atuendo. –Dijo en voz alta y riendo mientras salían del elevador.

La monja tan solo le siguió el paso. Parecía que aquella mujer conocía mucho mejor que ella el lugar, pues iba directamente a la sala de la derecha de aquel pasillo largo donde su periplo en aquel edificio empezó. Caminaron lentamente, mientras Saku pensaba sobre aquellos nombres.

-Xóchitl… Ese es un nombre que me suena mucho, pero no se quién es… Sin embargo, es imposible que sea una diosa. –La firmeza de las palabras de Saku hicieron que Zeldas la mirara. –Porque el único Dios es el Altísimo, nuestro Señor.
-Probablemente si sea una mujer loca disfrazada de bruja… -Susurró Zeldas con mirada triste, pero al ver la puerta principal en el centro del pasillo su mirar pasó a ser uno de indiferencia completo. Luego, golpeó con parsimonia la puerta de la derecha, decorada con sencillos acabados.

Desde el interior se escuchó un “Ya voy” masculino, e instantes después, la puerta se abrió dejando ver a Linkaín detrás de ella.

-¡Zeldas! –La sonrisa de Linkaín era radiante. -¿Cómo tu por aquí?
-Veo que no me has olvidado todavía, Maese Arakeist. –La mujer, también sonriendo, ladeó un poco su cabeza. -¿Tanto te sorprende mi visita?
-Déjame decirte que es para mí una muy agradable sorpresa. –Dijo él mientras se acercaba y le daba dos besos en las mejillas. Saku solo pudo ruborizarse ante ese movimiento. –Pero pasa, por favor, pasa. Que no se diga que no doy hospitalidad a mis amigas, y menos a mis mayores amigas. –Cuando Zeldas entró lentamente, Linkaín vio a Saku con cara de enojo. -¿Estás bien, Saku?
-No debería besar a otra mujer que no sea su esposa, señor Linkaín. –El tono de reproche fue tan grande que solo hizo sacar otra sonrisa en el Guerrero Gris.
-¡Oh si! Linkaín, sigues comportándote como un descarado Don Juan. –Dijo la pelirroja girándose hacia el castaño y colocando coquetamente una de sus manos en la cintura, dejando ver bajo su capa un atuendo oscuro. –Saku me ha dicho en pocas palabras que no has cambiado absolutamente nada.

El Guerrero Gris únicamente soltó una fuerte carcajada e hizo un ademán para que ambas mujeres entraran.

-Dime. ¿Es un asunto importante el que te trae aquí, querida mía? –Linkaín sonreía mientras Saku se acomodaba en una de las butacas cerca del escritorio.
-La diosa Xóchitl… -Carraspeó un momento, y se sentó en la otra butaca, al lado de la monja. –Es decir… Xóchitl… me ha dado un mensaje importante. –Su mirada se volvió seria. –El nacimiento del Espíritu de las Flores.

La monja se dio cuenta de que, cuando Linkaín cerró la puerta, tenía una expresión completamente diferente a la anterior… Más bien, se parecía a la expresión que tenía en la reunión de la mañana.

-Algo sabíamos… Pero todavía teníamos algunas conjeturas dispares…

Saku se puso tensa mientras el castaño se dirigía a su mesa. Se sentó en su silla y apartó los papeles que tenía encima del escritorio. Miró a Zeldas con una mirada más seria.

-Tuve algunos contratiempos… -Empezó a hablar la pelirroja. –Pero pude sonsacar más que la simple fecha. –Suspiró un momento y con una mano bajo la capa, hizo tintinear un pequeño collar de plata que portaba. Uno de los dijes que colgaban de él comenzó a brillar y se desprendió del mismo ante la atónita mirada de Saku. El destello se convirtió en una burbuja de luz azulada que se posó en el dedo índice de la pelirroja. –Ellos vendrán en un sitio que conoces muy bien… -Al hablar, pareció como si su voz se hiciera más profunda.

La monja veía pero no creía. Aquel era el “Don de Dios” que ella tan bien conocía, y lo estaba usando una mujer que no parecía parte de la Iglesia… e incluso sin recitar una sola oración.

-Mitoa in ok youayan, in ayamo tona, in ayamo tlatui, kilmach, mosentlalike... –Comenzó a hablar Zeldas. Aquel era el mismo extraño idioma que había usado antes, pero Linkaín no decía nada… Saku se preguntó si lo entendía, y si era un dialecto demoníaco. –Será… -Habló esta vez en el mismo idioma que la monja. –dicen… que cuando aún es de noche… cuando aún no sale el gran Sol… cuando no amanece. –La mirada de Zeldas se perdió en el dije luminoso. –Será cerca del pueblo de Haarlem, en lo que hoy se conoce como “Holanda”.
-Haarlem… Holanda… -Linkaín se rascó la barbilla, con cara de meditación. –Es extraño… nuestras fuentes aseguran que iban a estar en la cordillera de los Vosgos, en Francia… -Acto seguido, el castaño hizo un movimiento con sus dedos y la esfera de la pelirroja pasó a las manos de él. Zeldas recuperó aquella mirada extraña que tenía. La luz empezó a dar vueltas alrededor de su mano como si fuera un átomo. –Nunca te fíes de alguien que dice que Francia es algo grande…

La esfera volvió por si sola hasta la mano de Zeldas, mientras que Linkaín empezó a anotar algunas cosas en un papel.

-Lisse. –Dijo Zeldas soltando un suspiro. –Allí estarán… Pero si quieres que vuelva a preguntarle, lo haré… Solo que necesitaré reabastecerme y curar algunas heridas.

Saku miró a la pelirroja buscando esas “heridas”, pero no vio nada. Escuchó que Linkaín dejó el lápiz y escuchó su voz.

-No. Si te lo ha dicho ella, es que es cierto. Siempre ha sido nuestra aliada. Saku… -La interpelada se sobresaltó tanto que se levantó de la butaca de golpe mirando al castaño. –Quiero que vayas al octavo piso y avises a Wallace, el Guerrero Gris. Lo conociste esta mañana en la reunión. ¿Recuerdas? –Saku asintió, recordando al chico con las cartas en la mano. –Quiero que le digas estas palabras: Quiero un espectáculo para mañana. Y que lo veré esta noche en la sala de Shadow.
-Esto… si señor Linkaín… -Contestó la monja mientras miraba con tristeza a Zeldas. -¿Puedo hacer algo por usted…?
-No te preocupes, Saku. –Susurró Zeldas en tono amistoso. –Trayéndome aquí has hecho mucho por esta “loca bruja”.

Saku rió un momento y la miró divertida.

-Oh, vamos. Usted no es una bruja, menos loca. –Mirada de Linkaín y Zeldas mostraba un interrogante tan grande como la sala. –Las brujas visten de negro, con largos vestidos, y tienen verrugas enormes en la nariz.

Zeldas se puso colorada, y Linkaín empezó a reír.

-Y no te olvides –dijo el Guerrero Gris tomando aire. –que todas las brujas tienen aspecto de anciana maquiavélica.
-¡Si! ¡Es cierto! –Exclamó Saku.
-¡Va, Saku, déjate de divagaciones y ve a hablar con Wallace! –Dijo Linkaín con fuerza, a lo que Saku saltó en su sitio y se fue corriendo.

Abrió la puerta con rapidez y la dejó abierta. Fue corriendo hasta el ascensor y apretó el botón. Las puertas se abrieron al instante, y entró algo sofocada. Nunca había visto un cambio de expresión así en alguien, mucho menos se lo esperaba de una persona tan tranquila como Linkaín. Apretó el botón de la octava planta mientras pensaba un poco en lo que estaba pasando.

Espíritu de las Flores. Así lo llamaban. Un espíritu que controlaba la flora de zonas de diferentes lugares. Un espíritu pagano que, contra todo lo que le habían enseñado en la Iglesia, era de necesidad en el mundo. ¿Qué estaba haciendo el Señor ante aquello? ¿Cerrar los ojos o simplemente ver lo que ocurría?

De momento, había visto mucho en ese sitio. Un Enano hijo de dioses paganos, una hereje que no le importaba compartir cuarto y comida con una religiosa, un hombre que imponía su voluntad sin siquiera levantar la voz en la sala… Todo aquello se estaba convirtiendo en un laberinto que empezaba a temer la salida… porque la salida empezaba a vislumbrarla con la forma de la pérdida de su fe… o algo peor.

Las puertas se abrieron, y Saku entró, pero tuvo que detenerse un momento. Aquello fue algo que la puso a prueba una vez más. Aquella sala estaba llena de mesas de juego, recreativas, máquinas de videojuegos, diferentes barras de bar con sus camareras, al fondo se veía varios sillones cómodos donde había gente que leía algún libro… La monja miró el cartel del piso: Zona de Relax. ¿Relax? ¿Relajación? Pero si ahí solo había ruido y pecado.

Comenzó a caminar entre aquella gente. Curiosamente, prácticamente todos llevaban el uniforme de Gryphon, ya fuera blanco, negro o gris. Las pocas personas con ropas de paisano eran bastante extrañas… pálidas con cara de sueño, o personas con la mirada amenazadora. Y en una de las mesas, entre tanto uniforme, encontró el que buscaba.

Wallace, con su chaqueta colocada en el respaldo de su silla, mostrando una camisa blanca con mangas largas y un bolsillo en el pecho, estaba jugando a póker con otras tres personas. Dos iban de paisano, el tercero era una mujer con el uniforme negro y corbata roja. Cuando Saku llegó, escuchó la conversación que tenían con algo de contrariedad.

-Veo tus seis mil, y subo a ocho mil. –Dijo la mujer de uniforme rojo colocando fichas en el centro de la mesa.
-Apuesta arriesgada, teniendo en cuenta que te queda poco dinero, querida. –Dijo Wallace mientras tomaba sus propias fichas y las echaba. –Veo tu apuesta.
-Wallace… -Dijo Saku algo tímida.

El joven de cabellos marfileños se giró y con cara de cansancio, pero sonrió al ver a la monja.

-Oh, pero si es la pequeña Saku. –Se giró a sus cartas de nuevo. –Llámame Wally, todos lo hacen.
-Vale… Escucha, Wally… -Saku se acercó un poco más al oído del Guerrero Gris. –Linkaín tiene un mensaje para ti.
-¿De qué se trata…? –Susurró también él.
-Dice que quiere un espectáculo para mañana… Y que te espera esta noche en la sala de Shadow…

El chico la miró un momento a los ojos con una mirada de curiosidad.

-¿Se puede saber de qué se trata?
-Hablaron sobre el Espíritu de las Flores.

Wallace volvió a sus cartas. Era su turno de nuevo. Echó fichas y dijo.

-Lo veo. Arriba esas cartas. Yo tengo full de ases y reyes. ¿Vosotros tenéis algo mejor?

Las caras de hastío y frustración se vieron reflejadas en sus tres compañeros de juego, y Wallace tomó todas las fichas, las amontonó y las metió en un pequeño monedero que se sacó del bolsillo de su camisa. Extrañamente, todas las fichas, que eran una considerable cantidad, entraron en él. Guardó el monedero y tomó su chaqueta, colocándosela encima de los hombros.

-Wally.
-Dime.
-Jugar es pecado.
-Comer chocolate también.

Saku abrió los ojos.

-¡No es cierto!
-¿Eso piensas?
-¡Si! ¡El Señor no dice que comer chocolate sea pecado!
-¿Qué le has dicho a la pobre niña, Wally?

Al girarse, Saku se encontró con Nayru, la cual sonreía con su típica sonrisa. La monja escuchó como Wallace tragaba saliva.

-Nada, Nayru, en serio, una bromita de nada. –Contestó el de cabellos blancos.
-¿De verdad? Parecía que Saku estuviera sufriendo por algo.
-No es culpa mía que le guste tanto el chocolate.
-¡Oye! ¡No te metas conmigo! –Dijo con fuerza la monja, en un arranque de niñería que le hizo ponerse colorada como un tomate.

Wallace rió por lo bajo, pero calló al ver a Nayru de nuevo.

-Yo… tengo cosas que hacer… si, he de preparar una fiesta.
-Pues date prisa, no hagas esperar a tus invitados. –Contestó Nayru.

Wallace asintió y se marchó corriendo, mientras Nayru miraba a Saku.

-Comer chocolate no es pecado… ¿Verdad…? –Preguntó tímida la castaña.
-¿Chocolate? Oh, dios. Por supuesto que no. –Dijo riendo la de gafas. -¿Eso te dijo Wallace?
-Si… Pero no quiero ni pensarlo porque…
-Porque… ¿Has comido mucho chocolate? –Dijo sonriendo Nayru.

Saku solo asintió con la cabeza totalmente sonrojada. Nayru le tomó del brazo.

-Vamos, has de aprender muchas más cosas todavía, y el día acaba de empezar apenas.

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Aquella noche, las cortinas de la sala de Shadow estaban abiertas, mostrando la luna en todo su esplendor, y varias estrellas tímidas a su alrededor. El líder de los Guerreros Grises se encontraba de pie ante la ventana, y al otro lado del escritorio, de pie, había otras dos figuras que tenían el rostro en penumbra, pero se distinguía perfectamente el uniforme de los Guerreros Grises masculinos.

-Es una locura. –Decía uno de ellos, el de voz más suave. –No puede ser que un espíritu de ese calibre esté preparado tan pronto para dar a luz. No estamos hablando de simples hadas, es un Espíritu de las Flores.
-Pero la información es fiable. ¿Verdad? –Preguntó Shadow.
-Por supuesto. –Dijo la otra figura, con voz algo más fuerte. –En ningún momento dudo de esa información.
-Pero es muy arriesgado formar un simple grupo de cuatro. –La voz suave parecía asustada. –Y más teniendo en cuenta a quienes hemos colocado en esta misión.
-¿Dudas de mi raciocinio, Wallace? –Dijo Shadow, y la figura de voz suave dio un pequeño respingo.
-No… por supuesto que no, Shadow… Pero… ¿Por qué?
-Porque ha de entender… -Respondió la otra figura. –Que el blanco más puro puede estar teñido de negro…
-O de rojo… -Concluyó el líder de los Guerreros Grises.

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Dos pisos más arriba de aquella reunión, en el baño de la habitación que compartían Saku y Pixy, la segunda era ayudada por Nayru a lavar a conciencia la larga cabellera de la monja, frente a las fuertes protestas de esta. Saku se resistía, pero notaba que no podía librarse de ambas mujeres. Un escalofrío recorrió su espalda de repente, y no tenía nada que ver con estar siendo zarandeada por dos mujeres.

Algo malo iba a ocurrir. Algo muy malo iba a ocurrir.

Continuará…

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